jueves, 24 de enero de 2013

"Amar en tiempos de crisis". Capítulo 2.




Capítulo 2.

Le miré a los ojos. Él era el único que me había visto llorar, al único que mostré mis verdaderos sentimientos y sin duda, al único que le deje consolarme. Ahora recuerdo cómo me sentía estar en sus brazos cálidos. Era como si se parase el tiempo. Como si nada tuviera fin. Y lo poco que me importaba... estaba sin madre. Sin padre. A mi hermana solo le quedaba yo. Y haría lo que fuera porque se quedase conmigo.

Nuestras manos estaban entrelazadas, la de Mike, quiero decir Michael, y la mía. Él jugaba con mis dedos mientras yo seguía pegada a él. Reí suavemente ante las cosquillas que sus caricias me provocaban. También oí la suya y levanté la cabeza para mirarle de nuevo. Era tan guapo... Tenía los ojos verdes tirando a marrón, los labios listos para besarlos. Y ese pelo rebelde, que se podía pasar la mano, y que él hacía cuando estaba nervioso. Pero... su mirada era lo que más me gustaba. Con reverencia y ternura. Incluso cuando me regañaba. Jamás me miró con asco, o repudiándome.
Rompió el suave silencio que nos unía.


- ¿Estás mejor? - preguntó casi susurrando -.



- Sí... Gracias. Los médicos pensaban que viviría menos... Pero siempre fue fuerte.

- Y con carácter. Algo que has heredado - añadió dándome un toque en la nariz -. ¿Quieres seguir o qué?

Yo tan solo pude asentir. Nos sentamos en el sofá y cogimos los papeles del caso. Conversamos sobre el asesinato pero pronto nos desviamos del tema.
Él me habló de lo que había hecho todos estos años, y lo le escuché. Casi sin pensarlo, en tan solo cuarenta minutos desde la llamada, nos habíamos puesto al día.


- Allys, en cuanto podamos salir de aquí, te voy a llevar con tu madre y tu hermana. Y así podrás olvidarte de mí un tiempo - dijo con voz relajada -.

- Yo no quiero olvidarte... - cuando me di cuenta de que abría los ojos como platos, y de que lo había dicho en voz alta, me sonrojé hasta los dedos de los pies. Y antes de que me diera cuenta, sus dos manos apresaban mis mejillas y su boca enfurecida pero pasional estaba atacando a la mía.

Seguía besándome, yo seguía devolviéndoselos. Hasta que se oyó un click de las puertas de seguridad. Me separé bruscamente y empecé a recoger. Sorprendentemente, me ayudó a hacerlo.

- Helena... Tengo que ir a verla... Esta solá y... y...

-Alys -dijo suavemente- si te arrepientes, dímelo. No me voy a enfadar.

Respiré hondo y sin contestarle, salgo del despacho. Noté cómo él se quedaba apoyado contra el marco de la puerta, sonriendo me metí en el ascensor y sonrío mirándome al espejo. Tenía el pelo un poco desecho y el maquillaje estaba arruinado. Iría directa a casa. A ver a su hermanita. Solo tenía dieciocho años. Aún no tenía los veintidós para ser mayor de edad. No sabíamos qué iba a ser de nosotras, pero daría lo que fuera por no separarnos.

Cuando llegué a casa, estaba silenciosa. Toqué la puerta de Helena y me abrió. Había estado llorando. Lo sabía. La abracé al instante y ambas empezamos a sollozar. Ella se separó y me sonrió tontamente.

- Tienes los labios hinchados, Allison.

Me sonrojé de pies a cabeza.

- ¿Ah, sí? - intenté hacerme la loca -.

- ¿¿Te ha besado?? - dijo alzando las cejas repetidamente. Cuando me ruboricé más, ella gritó -. ¡Oh mi dios! ¡Michael te ha besado!

- Bueno sí, lo hizo.

- ¿Y tú se lo devolviste, no?

- Yo... sí, supongo que sí.
Silbo y nos reímos. Tocaron las campanas y nos quedamos muy serias. Eran las doce de la noche. Ella y yo nos acercamos a la cama de mamá, y nos sentamos juntas.

- Hel, ¿eres virgen?

Se sorprendió un poco y negó con la cabeza.

- Yo sí. E intuyo que si sigo en este caso, Michael me seducirá. Sabes que me violaron y que me reconstruyeron el himen. Sabes que nadie más lo sabe. Lo de la operación, digo.

- Al, si él te aprecia, no hará nada que no te guste. Es un amante fantástico. Bueno - añadió tras mi mirada asesina - bueno eso dicen, no me mires así.

Le sonreí y saqué las cosas para hacer un poco de sopa, ya tendríamos que ir a comprar. Solo quedaba algo de leche, arroz y fruta, además de una pieza de carne.

- Hey, ¿quieres carne? Queda un trozo. Podemos repartirlo.

Se oyó un rato de silencio y luego su voz.

- Está bien, siempre repartiendo. Qué asco.

- Ya lo sé, ya. Pero es lo que hay, cariño. Sabes, el hombre de la cárcel me da miedo pero... Es bueno. No creo que matara a nadie.

- Si tú lo crees, seguro que será así - ella me mostró su amplia sonrisa -.


Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario