jueves, 7 de marzo de 2013

Despliega tus alas. Parte 1. El encuentro.



Despliega tus alas.

Parte 1. El encuentro.

Se colocó los auriculares y encendió su Ipod a todo volumen. Había terminado de descargar el último álbum de los Black Veil Brides de Itunes y quería escucharlo mientras le tocaba ponerse con sus deberes. La canción “ In the end” para ella era como una especie de himno, por fin alguien que decía en alto lo que ella se preguntaba cada día, cada noche. ¿Y al final quien te recuerda? ¿En la mente de quien estás... siendo un maldito doggen?





Se recolocó los auriculares para que no se enredaran con los piercings de sus orejas y se miró el uniforme que le obligaban a ponerse. La música la ayudaba a olvidar donde estaba y a aceptar mejor su destino. Le fastidiaba mucho tener que vestirse con aquel ridículo uniforme con falda y delantal, pero se resignó. La resignación parecía ser la actitud habitual en su vida desde los últimos meses.

 Se recogió bien el pelo en una cola y se negó a ponerse ninguna cofia en la cabeza, su tío abuelo quería que se la pusiera para que no se le
viera el color azul de los mechones de su pelo teñido, pero hasta ahí llegaba su resignación y sumisión. Ya podría decir su tío abuelo lo que quisiera. Las cofias eran cosas del siglo pasado y ella vivía en el siglo XXI igual que el resto del planeta. Que pertenecieran a razas distintas no hacía que el pasar del tiempo no fuera el mismo para todos. Que unos vivieran más que otros o que su alimentación tuviera diferentes matices, no lo convertía en menos siglo XXI.



 Así que respiró fuerte, escondió los libros de medicina que le había prestado la Doctora Whitcomb en la estantería de los libros que había montado ella misma con el kit de brico de Ikea, se quitó los piercings de la nariz y de la ceja, unos cinco escondiéndolos en la cajita de plata que tenía para ellos y se dispuso a cumplir con su deber en el turno de la mañana. El del labio lo dejaba porque era muy difícil de volver a colocar y se le infectaba si lo movilizaba mucho. Era lo único en lo que transigía con su tío abuelo, al finalizar luego la jornada de trabajar se los volvía a colocar. Y también le había pedido específicamente los turnos de día para toparse lo mínimo posible con los amos y dueños de la existencia de los suyos.

Esa mañana debía sustituir a Linda, la doggen embarazada y hoy indispuesta por unos malditos efectos vomitivos de la salsa del día anterior, y su zona de trabajo iba a ser la limpieza de una de las salas de la planta baja, el salón enorme al lado del comedor. Su tío abuelo la llamaba la sala de Billar, ni idea de como la llamaban los amos de la casa, o sea... los vampiros. No hablaba con ellos, no eran de su gusto y como en las costumbres de los suyos no estaba el entablar conversación con los “ Señores “ no tenía que fingir ni un ápice.

Se recolocó la maldita falda y el delantal y se dirigió a esa sala empujando el carro de la limpieza, atravesando los pasillos de servicio y saliendo a la “ zona vampira”, como la llamaba ella para sí misma. Esa sala era una de las mayores de la casa y necesitaría todo lo que había ahí dentro para dejarla decente después de que aquellos “ amos guarros” hubieran pasado por ella antes de ir a sus habitaciones. Bufó. Odiaba limpiar , era su peor pesadilla, pero no le quedaba otra , al menos de momento.

Sus pensamientos se fueron con su madre. Su madre, cansada de sus “ rebeldías” y falta de disciplina en la Europa del siglo XXI, más concretamente en la ciudad de Londres, la había mandado con su tío abuelo Fritz para que hiciera de ella una doggen de valía. No había más honor, según su madre, que el de servir a la primera familia y eso la haría ver lo valioso que es el servicio de un doggen para el mundo. Todo eso ignorando los deseos que ella tenía de terminar sus estudios de medicina en una de las mejores universidades humanas inglesas. Su madre jamás le había perdonado que se hubiera matriculado en los estudios universitarios aprovechando la beca que le habían ofrecido en el instituto al descubrirse su coeficiente de inteligencia.


 Amaba con locura a su madre, pero la pobre no podía estar más equivocada. Ella tenía bien claro que uno decide lo valioso que quiere ser en el mundo y siempre decidiendo por uno mismo... no por ser del miembro de la raza que seas. ¡Por la Virgen! Si hasta los humanos, que vivían menos tiempo que ellos, vivían con más libertad que ellos mismos. Muchas familias de doggens habían tenido que mezclarse en el mundo de los humanos cuando fueron dejados atrás y al final olvidados por los señores de la raza al irse al nuevo mundo. Sin nadie que les mantuviera tuvieron que sobrevivir mezclándose con los humanos y aprendiendo a desenvolverse por sí mismos. Ella era el fruto de aquella adaptación, y que su madre, aún fiel a las viejas costumbres, la hubiera obligado a venir al nuevo mundo,le había partido el corazón en dos. Y la había hecho afianzarse aún más en sus convicciones.





Casi tropezó con el carrito al venirle esos pensamientos de nuevo a la cabeza. Pensamientos subversivos, según su madre. Ella no quería servir, no quería ser la criada de nadie... ¿Por qué tenía que ser la sierva de un vampiro por haber nacido como había nacido? ¿Por qué se la tenía que obligar a hacer algo que no quería? ¿Por qué su familia no entendía que ella no era como los demás y que si no quería hacer de la servidumbre su vida no tenía porqué hacerlo?

Había pensado en escaparse el primer día que aterrizó en Estados Unidos, pero fue imposible zafarse de su tío nada más llegar del aeropuerto. Su tío tenía mil ojos y mil oídos en todas partes. A veces creía que tenía poderes sobrenaturales que sobrepasaban los de los miembros aristócratas de la casa, porque en los primeros días parecía estar en todas partes.

Luego la suerte le trajo al Doctor Manello y sus ansias de escaparse menguaron.

Le conoció en el centro medico que se le había asignado para limpiar. El único lugar de la casa que ella había aceptado sin protestar. Desde niña había querido ser médico, o enfermera, o bombero,  cualquier cosa que fuese ayudar a los demás, ser útil de verdad, haciendo cosas importantes. Se tragaba todas las series de la televisión humana de ese tipo, "Urgencias" siempre fue y era su favorita.

 Así que conocer al Doctor Manello... había sido un sueño hecho realidad. Porque Manello era humano, era guapísimo  y era atento, amable e irradiaba ese aura de poder de intelecto que irradiaban los médicos que ella admiraba. Supo nada más conocer al Doctor Manello que se había prendado de él,  pero era un amor de esos del tipo platónico. Que babeas por él en la distancia y lo tienes sobre un pedestal. Nada que enredara a su corazón. Ella tenía los pies en el suelo.

Manello era un sueño de hombre, solo tenía un pequeño defecto que lo hacía totalmente inaccesible: estaba emparejado con una vampira loca, hija de la Virgen Escribana nada menos. Y sí, estaba loca, era una hembra guerrera que tenía un humor de perros y que la miraba como si se la quisiera comer cuando estaba ayudando en el centro médico. A veces tenía ganas de echarle las bandejas por encima cuando la seguía con esos ojos diamantinos en cada movimiento que hacía.
No le gustaba Payne.
Pensándolo bien, lo que no le gustaba era que fuese vampira, porque por lo demás...habrían sido incluso amigas. La rebeldía de la vampira y lo que sacaba de quicio al resto de machos de la casa le encantaba, Payne no se conformaba con seguir con el papel que la propia Virgen, que era su mahmen, le había asignado, y lo estaba consiguiendo.

Entonces, si Payne estaba consiguiendo cambiar su propio mundo para que este la aceptara ¿por qué ella no podía hacer lo mismo? ¿Por qué ella no podía cambiar su propio mundo y conseguir ser la que quería ser?

Ella tenía claro que no quería ser la imagen que estaba mostrando ahora, un miembro de la servidumbre al que no se le pregunta y que no se le permite ni siquiera pensar. Un ser al que se le relega a vivir en el otro lado,  un ser que está supeditado a vivir en un segundo plano de los demás. No, ella no quería esto para ella. Que los demás disfrutaban creyendo que habían nacido para ello y que su deber y su derecho era ese,  allá ellos. Ella no pensaba de esa manera.

Tropezó sin querer con el carro cuando se cruzó por delante el gato de la reina y se vio obligada a frenar. Lo que daría por atropellar al jodido gato de una vez por todas. Lo odiaba. El perro y el gato de la primera familia tenían más derechos y se les hacía más caso que a cualquier miembro de su raza. Era triste y doloroso ver como aquellos a los que tienes que amar y servir por encima de todas las cosas valoraban más un maullido del gato negro o un simple ladrido del perro rubio. Para ella, eso decía mucho de “ sus amos” como los llamaba su tío,  para ella no eran más que esclavistas, amos negreros con unos colmillos enormes capaz de destriparla y unos instintos animales que podríían rivalizar con los de cualquier animal del bosque.


El gato saltó, la miró con desdén y siguió caminando levantado su cola como si ella no existiera. Cerró los ojos. Eso era la existencia de un doggen , ser ignorado y servir al amo y a sus mascotas. La bilis se le revolvió. Sí, un día de estos atropellaría al gato con el carro o mejor... le envenenaría la comida con algún veneno que le matara durmiéndolo. Ella no era cruel con los animales.

Siguió caminado hasta casi llegar a la sala de billar dichosa al ritmo de “The coffin”. Otra cosa que le fascinaba del Doctor Manello... su gusto musical. Igual al suyo, bueno, ella era un poco más europea, más folclórica, más extremista con influencias metaleras de la vieja Europa y el Doctor Manello era más americano, más comercial. Pero gustaban de intercambiar archivos y música. Otro tanto para el humano.





Y él y la Doctora Jane le estaban enseñando mucho en el centro médico. Ya no iba solo allí a limpiar, ahora era una de las ayudantes de los Doctores. Incluso Ehlena, una vampira, la trataba bien y enseñaba. Pero eso era porque Ehlena había sido una civil con penurias económicas durante muchos años, teniendo que trabajar para salir adelante y eso fue lo que la salvó de la quema al que tenía sometidos al resto de vampiros de la casa en sus pensamientos. Los vampiros civiles de clase baja eran lo mas parecido a los doggens en el mundo de la raza, pero incluso así, algunos de ellos seguían mirándoles por encima del hombro e ignorándoles como individuos.

¿Pero qué se creían? ¿Que por haber nacido doggen no tenían sentimientos, no pensaban, no razonaban? ¿Que nacían con un plumero y una escoba en la mano y era para lo único que servían.? Pues sí, según los que estaban en la parte alta de la cadena alimenticia, eso eran ellos. Y ella se negaba a serlo. Con su CI de 160 y su memoria fotográfica, podía desbancar en inteligencia a cualquiera de los superdotados humanos, incluso al mismísimo Vishous que todos tildaban de ser el más inteligente de los vampiros. Memeces...ese tipo no se le acercaba a la suela de los zapatos a Stephen Hawking ni de coña y solo era un maldito pervertido. Lo peor de todo era que ella no era una excepción, había más como ella... pero anegados en las aguas de la servidumbre, entes potenciales que podrían construir un mundo mejor e independiente de aquellos a los que servían, pero que habían caído en las redes de las creencias erróneas que prodigaban los vampiros para tenerles como esclavos. Y Gracias a Dios su sangre no les servía de sustento, porque sino serían también esclavos de sangre de aquellos que se hacían llamar  "señores” a sí mismos.

Tragándose las ganas de gritar y mandarlo todo a la mierda, se obligó a recordar porqué estaba ahí, y era para aprender todo lo que pudiera servirle cuando al final se escapase. Porque lo haría. Se escaparía y nunca, ningún vampiro o doggen la encontraría jamás. Y dejaría de ser la chacha de una vez por todas y dejaría de agachar la cabeza cuando cualquiera de aquellos a los que despreciaba se cruzara en su camino. Levantaría bien alta la cabeza y les miraría directamente a los ojos, como debía ser. Nada de ser inferior, como mínimo igual... y si eran idiotas como las hembras de esta casa que no sabían hacer la O con un canuto, les miriaría por encima. El intelecto era el intelecto y la supremacía de la inteligencia estaba probada en el planeta.

Pensando en las horas que había pasado allí en Londres en la Universidad, estudiando y sacándose los dos primeros años de medicina y que su madre había mandado al garete, llegó hasta la sala de billar y cuando cruzó el arco que la separaba del pasillo central del recibidor , se quedó plantada en el lugar en el que estaba. El carro se le clavó en el vientre y no profirió el típico chillido que hacía siempre que se detenía, esta vez enmudeció al mismo tiempo que ella ante la visión que tenía frente a sí misma.

Un macho enorme, que ella no conocía, acababa de salir de detrás de la barra del bar de la sala de billar llevando en su mano una copa de algo de color rojo y una enorme sonrisa de satisfacción en la cara. La sonrisa del macho hacía brillar la retahíla de pendientes de sus labios y su pelo blanco y negro, largo hasta la cintura le caía en anchas ondas por la espalda y hombros desnudos. Cubría a penas un torso lleno de piercings ancho y macizo como un toro, y un estómago digno de mostrarse en una exhibición de abdominales. Cada paquete muscular estaba definido y expuesto a la mirada de cualquiera. Dos piernas robustas como pilares sustentaban un cuerpo tan magnifico. Joder, era como Andy Biersack, el cantante del grupo que estaba escuchando ahora mismo pero en macizo y masculino.

Y estaba tan desnudo como los bebés traídos al mundo y los ojos se le fueron a la entrepierna ahora gloriosamente expuesta a ella. Los ojos se le salieron de las órbitas cuando vio la longitud de aquello y una mano se le fue a la boca y la otra a quitarse los auriculares como si el ruido del rock le impidiera ver lo que tenía delante. Madre mía, como para no verlo. Para no hacerlo debería estar ciega del todo como el dueño de la casa.

¿Eso era real? ¿Podía haber un hombre con un cuerpo tan perfecto plantado frente a ella y no ser un vampiro en esa casa? No era un vampiro porque no olía a vampiro. Olía a flores, a cedro y a sexo, pero no a vampiro. Cierto era que ella no conocía a todos los miembros de la casa, no había tenido ni el interés ni la oportunidad, pero el desconocido que tenia delante no era un vampiro. Un punto a su favor.

Aquel Adonis clavó sus ojos sin pupila en ella y ahí fue donde ella quedó hipnotizada por él, por aquellos ojos extrañamente blancos y aquel desfile de piercings en aquella hermosa cara. Había quedado hipnotizada sí, porque incluso le había parecido que el Adonis Dios del sexo que tenia enfrente brillaba con luz propia.

Divia parpadeó un par de veces cuando se acordó que tenía que parpadear para que los ojos no se le secaran y cuando sintió la baba mojar la palma de su mano y cuando el corazón saltó de su pecho seguramente después de ponerse en marcha tras haberse detenido. Y sobre todo cuando la risa del Adonis la despertó de aquel sueño embrumador en el que no sabía cómo, se había sumido.

- ¿Estás bien niña?-

 La voz de su Adonis parecían campanillas en su cabeza y sí , estaba irradiando con luz propia y riendo como si fuera un niño malo. ¡Mierda! ¿Habría pensado en alto y no se habría dado cuenta? Porque la miraba exactamente como si supiera lo que estaba pensando. Eso la hizo saltar en el lugar de donde estaba, virar sus ojos hacia otro lado y sentir cómo sus mejillas ardían de la vergüenza. Y sentirse más idiota que nunca por haberse quedado embobada mirando el cuerpo de un macho.

Fuese lo que fuese.

Ella nunca perdía la compostura de esa manera ,era conocida tanto entre sus compañeros y amigos como la mujer sin vergüenza. Pero claro, ella nunca había visto algo como lo que tenía enfrente. Intentó mirar de soslayo pero aquel Adonis aún seguía observándola sonriendo y bebiendo de la copa como si nada sucediera.

Y eso la enfureció de golpe. El muy bastardo estaba riéndose de ella. Claro, como ella era una doggen, pues podía ser objeto de burlas de cualquiera. Pues no. Hasta ahí habíamos llegado. Eso sí que no lo iba a permitir.

Ni corta ni perezosa le lanzó al próximo objeto de sus fantasías eróticas el trapo de limpiar los cristales a la cara.

- ¡¡Tápese, por favor!! ¡Un poco de decencia que hay niños en la casa!-

¿Esa era su voz? Madre mía, parecía la voz de su madre y la típica frase que pronunciaba ella cuando regañaba. El Adonis alto como una torre cogió el trapo al vuelo y soltó una carcajada que le hizo vibrar el pecho entero. Ella frunció el ceño y se fijó que el tipo seguía sin cubrirse ni un poquito y la copa seguía en su mano y el trapo lo sujetaba con la otra.

- ¿Niñas como tú?-

Divia sintió que la sangre se le subía a la cabeza de la rabia que le sobrevino de repente. Sí, el Adonis se estaba riendo de ella y en su propia cara. Vaya, al final había encontrado a alguien a quien odiar un poquito más que a los vampiros. Pues no iba a dejarse pisotear por aquel cuerpazo que estaba mirándole como si la traspasara.

- No quiera desviar el tema a meterse con mi apariencia solo para suplir su falta de pudor y vestimenta caballero. O se cubre mientras hay personas delante o se va detrás de la barra. Tengo que limpiar esto...- dio un vistazo a su alrededor y el alma se le cayó a los pies. El sofá, y toda la zona donde estaba el aparato de televisor parecía una pocilga llena de restos de palomitas, botes de cerveza vacíos, dulces pegados en la alfombra, trozos de tarta desperdigados  ¡Por favor! Hasta ella era más ordenada. Ya estaba con los nervios de punta así que no se dio cuenta y lo que pensó, lo pensó en voz alta.

- ¡Pandilla de guarros!-

El Adonis cambió de golpe la cara de satisfacción masculina y frunció el ceño un poco perplejo ante su exabrupto y al final abrió la boca y habló con una voz muy suave.

- No sabía que los doggens se quejaran por el desorden... de hecho siempre me han dicho que disfrutáis limpiándolo. Que os sentís útiles al hacerlo.-

Divia casi le lanzó el plumero en plan flecha verde ante semejante comentario. Sí, definitivamente había puesto a ese ser en su lista de personas non gratas. Y no supo porqué, pero no se obligó a guardar silencio frente a él como hacía siempre delante de los “señores”. Se soltó y dejó que su boca no hiciera filtro de su cabeza.

- Hay tantas cosas que se ignoran de nosotros por conveniencia. ¿Tan poca autoestima creen que tenemos que solo aspiramos a limpiar la mierda que ustedes tiran al suelo?-

La cara del Adonis se transmutó al oírla y desapareció de su vista metiéndose detrás de la barra ... y segundos después oyó un carraspeo demasiado familiar a su espalda.

- Disculpe la osadía de la joven aprendiz, Sire. Es aún muy joven e inexperta en las lides de la servidumbre en la casa de la primera familia. -

 El Adonis, al que así llamaría , por los siglos de los siglos y futuras fantasías que sin duda tendría por mucho que le hubiera puesto en la lista de non gratos, solo se puso serio y no asintió como habría hecho cualquiera de los vampiros que vivían allí. La miró profundamente y de una manera que ella no supo descifrar ni entender. Tampoco le dio tiempo a pensar en nada más, su tío, que había aparecido de repente, como siempre, la cogió del brazo y la acercó suavemente a él para hablarle al oído.

- Vete a la cocina y espérame allí Divia. Mandaré a otra para sustituirte Y ni pienses siquiera en salir de allí hasta que yo haya llegado. Tenemos que repasar tus deberes y obligaciones como doggen -

A Divia se le hincharon las venas del cuello de la frustración y la rabia interna. Quería decirle a su tío que ni hablar, que no había hecho nada malo, que aquel macho la había sacado de sus casillas, pero sabía que nada de lo que ella dijera convencería a su tío de que no se había extralimitado en su trato con un miembro de la casa. Había contravenido una de las primeras reglas de la servidumbre y eso iba a pagarlo caro. Se pasó la mano por la cara y bajó la cabeza sintiendo como su orgullo quedaba machacado frente al Adonis silencioso.

- Sí Señor-

Pero el Adonis dejó de ser silencioso en ese momento.

- Querido amigo, la chica no ha hecho nada malo. Yo estaba incluso molestándola un poco... estoy un poco borracho -

Su tío arrugó el ceño y negó con la cabeza.

- No sire, no es posible que ninguno de nosotros se sienta molesto por ninguna atención que alguno de ustedes se dignen a ofrecernos. Divia simplemente debe aprender a ver eso. Si nos disculpa Sire Lassiter, seguiremos con nuestras obligaciones. Tiene ropa en el tercer cajón de detrás del mueble pequeño a su derecha. Si nos permite -

Divia recogió el carro de la limpieza para dejarlo aparcado a un lado de la pared y miró de soslayo hacia su Adonis. La cara de tristeza que tenia la sorprendió, parecía que se apenaba de verdad por lo sucedido. En ese momento, él dejó de estar en su lista de non gratos, no sabía porqué pero acababa de verlo de forma totalmente distinta. Al menos parecía que él la estaba viendo como algo más que una fregona con piernas. Salió de la sala mirando al frente y rezando porque su tío estuviera de buen humor al llegar a la cocina.



Se tragó de golpe el Orgasmo que se había preparado y observó cómo la chica se iba primero, saliendo rápidamente de la sala de billar y luego era seguida por el anciano y amable doggen... al menos amable hasta esa noche. Intuía que Fritz también debía tener su carácter y que solo lo debía mostrar frente a los suyos.

La criada lo había hecho quedarse pensando en sí todo lo que sabía o le habían dicho acerca de aquel grupo de sirvientes era o no cierto. Nunca se había planteado ahondar en aquella gente, era de la jurisdicción de la Virgen Escribana y a él ya le sobraba con tener que convivir con los colmilludos. Los doggens la verdad, nunca le habían llamado la atención de ninguna manera.

Y ahora estaba empezando a pensar qué tan equivocado podía estar con ellos y qué era lo que podía ignorar de aquella gente. Eran seres con alma, en eso no podía ponerlo en duda, la veía a través de ellos, pero jamás se había interesado en ellos. Hasta hoy. La pobre criada con aquellos ojos marrones vivaces, el pelo azul y piercings en la boca con esa mente despierta le había hecho verlos como...como seres vivos y pensantes a tener en cuenta.

Se pasó la mano por la cara y se maldijo a sí mismo. Con la de cosas que él había visto y conocido y algo así se le había pasado desapercibido de los radares.

Caminó hasta el sofá donde había dejado olvidados los pantalones en algún momento de aquella noche y mientras se los ponía iba pensando en qué más cosas había sido ignorante y que estaban a su alrededor a cada segundo del día, de la noche. El sentimiento de culpa por haber provocado que la doggen acabara amonestada por el mayordomo jefe se le convirtió en una especie de losa.

Pero, ¿cómo iba él a pensar que aquella chica iba a responderle como lo hizo? Mejor dicho,  ¿cómo iba a pensar él que ni siquiera esa chica pudiera responderle? La mayoría de ellos solo agachaban la cabeza, pedían disculpas y seguían con su trabajo o se marchaban hasta que él desaparecía. No se le quedaban mirando fascinados Y estaba el hecho de que no podía leer ni uno de sus pensamientos. Eran marañas aburridas de concienzación y dogmas establecidos. Eran soporíferos.

Pero los pensamientos de la chica no lo habían sido. Sus pensamientos habían impactado casi directamente en su cerebro oyéndolos alto y claro y le había costado mucho no sonreír ante todo lo que aquella chica, más parecida a las humanas que conocía que a una doggen, había pensado durante todo el tiempo que había estado frente a él.

Mientras buscaba sus botas de combate y se las iba calzando sonrió de lado recordando como la chica se había quedado maravillada ante su cuerpo.

Eso era normal, todas las hembras del planeta tenían la misma reacción y eso ya no le llamaba la atención. Pero claro, que fuera una doggen la que hubiera quedado fascinada por él sí era algo nuevo para él, y también la serie de pensamientos que habían derivado de aquella fascinación, el apodo de Adonis que le quedaba muy bien por cierto, el que la hubiera incomodado llamándola niña, el que ella tuviera tal locuacidad en la palabra y pareciera que estuviera hablando con un profesor universitario en vez de con una simple criada, el que hubiera soltado por la boca una frase que más parecía que hubiera salido de su misma boca que de la de ella...

Mierda, estaba dándole vueltas a algo que había sucedido en unos minutos y que ahora no podía quitarse de la cabeza. No todo eran algodones y felicidad en el mundo de los vampiros y la raza que les servía, al menos eso había quedado demostrado en esa sala de billar . ¿Los vampiros serían conscientes de aquello? Si lo eran lo disimulaban muy bien y si no lo eran ¿qué harían al saberlo? ¿Querrían saberlo?

Se levantó estirando las piernas y encaminándose hacia la cocina mientras desaparecía de la visión de los mortales. No sabía a ciencia cierta porqué iba hacia allí pero sí sabía que aquella doggen llamada Divia había conseguido despertar su curiosidad... y hacía mucho, mucho tiempo que nadie conseguía despertarla. Solo por eso ya valía la pena saber más de Divia, su mundo y qué rayos estaba distinto en esa doggen.

Mira por donde, una semana que parecía que sería una aburrida semana mas para él en la mansión, estaba teniendo algo de interés.






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