sábado, 16 de marzo de 2013

Despliega tus alas. Parte 2. Alitas.







Viene de " El encuentro"
Despliega  tus alas. Parte 2. Alitas.




Divia debería haber salido del comedor del servicio indignada, furiosa, mordiéndose la lengua y con ganas de salir por la puerta y no volver. Pero no, estaba saliendo con una serenidad pasmosa y unas ganas de empezar de una vez lo que le habían encomendado. No era porque su tío hubiese sido locuaz, ni porque le hubiera lavado el cerebro en esos minutos, no. El mayordomo simplemente la había hecho sentarse frente a él en una de las sillas del comedor del servicio, y le había dicho lo que creía que la iluminaría en su camino como doggen.

Divia había mantenido la compostura oyendo a su tío abuelo con esa voz suave y taimada que le iba diciendo una por una las obligaciones y deberes de todo buen doggen en la casa. Obligaciones y deberes.
¿Y los derechos?
 No se nombraban.


No quería ser descortés con aquel hombre, pero tampoco quería que él creyera que ella aceptaba todo aquello por naturaleza. No hasta que el hombre habló del amor y la adoración por los amos. Ahí sí que se mordió la lengua y vio claramente que por mucho que ella protestara o dijera lo contrario, su tío abuelo no la comprendería. Su mente y la de su tío distaban años luz y era posiblemente un paradigma del espacio y el tiempo que pudieran encontrarse alguna vez. Ese doggen era toda una leyenda entre los de su raza y no digamos entre los de su familia. Había servido en las mejores casas y familias y ahora era el doggen mayor en la casa de la primera familia. En el mundo de la servidumbre, Fritz era la crême de la crême, un ejemplo a seguir por todos... menos por ella.

A Divia le caía muy bien su tío, porque tenía muchos buenos valores que ella amaba, excepto el que mostraba con más orgullo, aquel que había estado cerca de veinte minutos intentando hacerle ver y entender. Divia no había querido generar más conflicto con el anciano. Se dedicó a escucharle atentamente, asentir con la cabeza y pensar en la manera de sacar el máximo rendimiento al poco tiempo libre que le quedaría después de que Fritz reorganizara sus tareas como le estaba diciendo que haría.

La había asignado a las cuadras como ejercicio de disciplina, al aire libre, le dijo que eso la haría pensar en lo agradable que era poder trabajar bajo un techo caliente.

Divia no creyó nunca que pudiera haber tenido tanta suerte. Le habían cambiado los vampiros por caballos, eso era para ella un verdadero golpe del destino y un alivio para el alma. De día ningún vampiro podía salir al exterior sin ser vampiro frito así que la tranquilidad para ella estaba asegurada. Le apenaba un poco que la hubieran alejado del centro médico, eso sí que había sido todo un mazazo, pero no sabía porqué intuía que dentro de poco los doctores la echarían de menos y la reclamarían. Mientras, ella disfrutaría de la compañía de los animales... de esos que sí te ven y te aman por lo que eres, no por la cuna en la que hayas nacido.

Caminó rápidamente para ir a su pequeña habitación y cambiarse de ropa. El uniforme en las cuadras tampoco tenía que ponérselo, un maravilloso mono masculino de una pieza con pantalones que le cubriría el cuerpo entero, sería a partir de ahora parte de su vestimenta. ¡Benditos caballos y benditas cuadras!

Tardó menos de dos minutos en hacer el cambio de ropa, entrando y saliendo de su cuarto en ese lapsus de tiempo y recolocándose los auriculares del Ipod en el proceso. Black veil brides habían
dejado paso a  Ozzy Osbourne. También volvió a ponerse los piercings faciales, se sentía desnuda sin ellos y los caballos no se escandalizarían por ver su cara adornada de metal. Ni la música ni parte de sí misma podían faltar, gracias a la Virgen, se había quitado los auriculares durante la conversación con su tío, una falta de respeto como aquella no le hubiera sido perdonada tan fácilmente. Y hubiera hecho que perdiera su posesión más preciada.

Solo tardó cinco minutos más en salir del área de servicio y llegar hasta los establos. Allí el doggen al mando, un macho por supuesto, la miró de forma rara cuando ella le anunció que iba a trabajar allí a partir de ahora, pero no discutió. Las órdenes  no se discutían, así que le asignó una área del establo y le dijo cuales eran sus tareas y funciones. La primera de todas, limpiar los excrementos de los caballos mientras otro doggen los sacaban a pasear.

El doggen capataz la miró sonriendo de forma jocosa esperando de ella algún tipo de queja, mal gesto o lo que fuera. Para el macho, seguramente, la asignación de Divia a los establos era una especie de castigo por algún tipo de mala conducta. A las hembras no se las asignaba este tipo de trabajos, el establo o cuadra era un trabajo duro y poco agradable. Ella no dijo nada, solo sonrió, asintió, se colocó mejor los auriculares en los oídos y cogió su herramienta a partir de ese momento, el trillador, encaminándose a cada una de las pequeñas estancias de los caballos o boxes como los llamó el capataz doggen.

Entró en la primera que encontró vacía y empezó a apilar heno sucio mientras ponía a todo volumen la música en sus oídos.



Tan absorta estaba en el ritmo pegadizo del doble bombo de la batería y en pensamientos varios, que no se dio cuenta del par de botas de combate que se habían materializado al otro lado de la pared de tablones del box de la cuadra. Levantó la vista soplando por tomar aire y entonces le vio apoyado con los brazos cruzados, observándola con toda su sonrisa sobrenatural sobre el borde del poste horizontal de madera que hacía de borde. La estaba observando sonriendo divertido. Ella arrugó la nariz al verle y con una mano se quitó los auriculares de sus oídos.

- ¿Puedo ayudarle en algo Sire?-

Se sorprendió a sí misma preguntando con mucha educación. Quizá la charla de su tío no había sido en vano al fin y al cabo y en su subconsciente algo había entrado. El pelo bicolor del macho se movió un poco al levantar la cabeza hacia ella y negar él. Dios, sin ropa había estado espectacular y babeable, pero ahora, con camiseta negra de tirantes y pantalones militares negros a juego, estaba mejor. Sus bíceps se marcaban muchísimo al tener los brazos cruzados sobre el pecho.

¿Pornqué no se habría quedado en el interior de la casa como el resto de vampiros y decidía dejarla tranquila? Bueno, quizá fuese porque no lo era, sus sospechas se habían confirmado al verle ahí fuera, dándole el sol que entraba por el lateral en la espalda y no asándose como un pollo asado.

- No, no he venido buscando ayuda. Más bien vine para pedir disculpas.-

Divia frunció el ceño desconfiando totalmente de aquella amabilidad. No sería ni la primera ni la última vez que un señor engañaba a un doggen solo para divertirse.Y ella llevaba muy mal eso de que se rieran de ella. Como ella no iba a responder nada, el macho pareció decidir que hablaría entonces él.

- ¿Por qué te extraña que quiera hacerlo? Sufriste una reprimenda y creo que un destierro por mi culpa.- Eso último lo dijo abriendo los brazos señalando la estancia en la que estaban. Divia simplemente bajó la cabeza y siguió con su tarea, intentando ignorarle .

- No se nos permite hablar con los señores, Sire. Continúe con sus actividades e ignore que estoy presente.- Se detuvo de repente y se incorporó mirándole a los ojos. Enseguida se arrepintió de haberlo hecho, pero ya no podía echarse atrás - O quizá prefiera que me vaya y le deje a solas en el establo - Divia no iba a dejar pasar ni un minuto más en la compañía de aquel hombre que la estaba poniendo nerviosa y acelerando el corazón de manera vertiginosa. El hombre pareció sentirse decepcionado.

- No, no dejes tus tareas por mí. Veo que la charla que te ha dado Fritz y el castigo impuesto han surgido efecto y que tu lengua está contenida. Ni siquiera te atreves a aceptar mis disculpas.-

El ángel observaba la reacción de la hembra doggen. Si en realidad era como él creía que era, ese ataque directo a su orgullo haría que dejara de fingir y controlarse delante de él.
La había estado observando durante toda la charla con el anciano doggen y le maravilló el control y la sensatez de su cabeza y el fluir de sus pensamientos. Se fascinó de lo rica que era su cabecita y de todo lo que daba vueltas en ella. Y de sus valores. Pero tenía en la cabeza un montón de prejuicios, algunos de ellos equivocados. No era una mala persona, su alma se había abierto ante él claramente durante la charla con su tío. Poseía un alma brillante, luminosa como pocas, hacía tiempo que no veía una de esas. Una de esas que los suyos estaban mas que obligados a proteger de los constantes ataques de sus antagonistas. Él no podría hacerle daño nunca a alguien como ella, y dudaba que ella fuera capaz de saber la valía de su espíritu.

Quizá no dudaba tanto, pensó él. La hembra llamada Divia sabia que ella era especial, y no se contentaba con ser una doggen más. Él lo había leído en su mente y leído en su corazón mientras la observaba. Pero no, ella no sabía cuán especial era en realidad. Los seres mortales solo veían la parte material de su existencia, él aún podía ver la otra. Por eso había decidido que Divia era alguien que necesitaba una buena guía para no apartarse del buen camino ni perder esa luminosidad que la caracterizaba. Y además había visto que estaba sola en este lado del océano, sintiéndose más un bicho raro que otra cosa. ¡Joder! Llevaba unos piercings matadores que bien podían rivalizar con los suyos, una doggen con piercings en la cara, eso era increíble. Aquella hembra que tenía enfrente se parecía peligrosamente a lo que él había sido alguna vez.

Y le caía bien.

Y para colofón, tenía la misma animadversión que él hacia los colmilludos. Buenon no, ella los odiaba profundamente, él ya había empezado a apreciarlos. Incluso el mono de trabajo que llevaba la hacía graciosa, divertida... y el ceño fruncido a todas horas la convertía en más graciosa. No iba a decírselo, no, valoraba mucho sus pelotas ahí donde estaban y no dudaba que esta era de las que tiraban a matar con sus piernas si tenía alcance de tiro. Se sorprendió a sí mismo pensando de esa manera de alguien como ella, algo que hacia una hora nunca hubiera creído que sucediera.

La hembra inspiró aire profundamente, abrió la boca para decir algo... y al final calló. Su mente iba a cien por hora debatiéndose entre si responderle o irse corriendo del establo. Y él oía cada uno de sus pensamientos alto y claro.

- Un señor no se disculpa ante un doggen, Sire.-

Al final eso era lo que su mente había decidido pronunciar en voz alta. Bien, algo era algo. Y le había dado pie a una conversación en toda regla que podría ser aceptada incluso por el mismísimo tío de la joven.

- Quizá sea porque yo no soy un señor de esos que tanto nombras, Divia.-

La hembra abrió los ojos sorprendida.

- ¿Conoce mi nombre, Sire?-

Él sonrió con esa sonrisa que sabía volvía locas a las hembras y furiosos a los machos.

- Tengo oídos que funcionan perfectamente, oí a Fritz decir tu nombre. Pero tienes razón, disculpa mi desfachatez.-

Se apartó un poco y abrió la puerta del box para entrar en el habitáculo que estaba ella limpiando. La doggen le miraba extrañada y perpleja, pero no escandalizada. Lo que estaba era muy curiosa por aquella aproximación. Él le tendió la mano.

- Mi nombre es Lassiter, encantado de conocerte formalmente Divia.-

Ella miró su mano, le miró a la cara y volvió a mirar su mano. Tardó dos segundos más en decidirse a extender la suya y estrecharla.

- Solo acepto su presentación por educación Sire, no se me está permitido confraternizar con los señores.-

Él sintió la fuerza del apretón de manos de la hembra y se congratuló de que tuviera un espíritu tan firme. Cuando soltó su mano, él no la retiró de golpe. Despacio la devolvió a su posición natural mientras le respondía

- Ya te dije que yo no era un señor. Sólo soy un invitado de la casa.

- Eso lo convierte en Señor a mis ojos, Sire-

- Bueno, eso no me convierte en un Señor a los míos.-

Y él le guiñó un ojo sonriendo. La hembra parpadeó como si no se creyera lo que había hecho y arrugó de nuevo el ceño.

- ¿Vuestros ojos son mejores que los míos, Sire?-

Touché, la mente de la hembra estaba corriendo a cinco mil por hora e intentaba acorralarlo para llevarlo donde quería. Esto iba a ser divertido, sí señor ¿cuanto hacía que nadie desafiaba su intelecto?

- Podría decirte que sí en base a mi  "Yo" superlativo y a mi fama de egocéntrico, pero te diré que no, sólo son distintos.-

Por fin la hembra hizo algo parecido a dejar entrever una sonrisa

- Tenéis una alta concepción de vos mismo, Sire.

- Oh sí, la mejor. Sin duda soy lo mejor que han visto jamás tus ojos.-

El ángel casi se rió ante el levantamiento de cejas y el parpadeo hipermegarápido que hizo la hembra al no creerse lo que había oído.

- ¿Perdón?

- No creo que hayas visto jamás nada como yo. ¿O sí?

La hembra se tensó y se puso colorada de repente. Vaya, él había dado con algo con lo que no contaba. Pero al final ella no pareció querer seguir con aquella conversación que se estaba acercando peligrosamente a algo personal.

- Sire, no puedo intimar tanto con vos.Tengo que proseguir con mis tareas. Tengo mucho trabajo y a cada minuto que pierdo es un minuto del que no podré disfrutar de mi tiempo libre. -

Él sonrió mientras le respondía.

- Aún no me has respondido. Respóndeme y me marcharé y te dejaré con esa tarea tan importante que tienes que hacer.-

Respondió mirando el montón de heno, paja y mierda que tenía a sus pies. Había cierta burla en su voz y Divia entrecerró los ojos ante ella.

- ¿Os marchareis y me dejareis tranquila?- preguntó esperanzada.

- Hombre, tranquila no lo sé, eso depende de tí... pero sí te dejaré sola.-

- Sois un listillo, ¿eh?

- ¿Un listillo? - El macho soltó una risotada- No niña, soy EL listillo. Y no me gusta ese apelativo. Me hace empequeñecer. Búscame otro que se adapte a mi grandeza.- Terminó diciéndo y  guiñándole un ojo riendo.

A Divia le apareció una sonrisa que intentó esconder enseguida pero que él pudo ver sin problemas.

- Aún no me respondiste, Divia.

Ella refunfuñó un poco pero al final, se dio por vencida. Estaba bien claro que su Adonis no iba a rendirse. Sip, seguía siendo su Adonis. Ella le miró de arriba a abajo y él respondió, extendió sus brazos, dándose una vuelta sobre sí mismo para mostrarle todos los ángulos de su cuerpo. Cuando volvió a mirarle a los ojos estaba sonriendo y ella no pudo controlarse. Terminó riéndose con él.

- ¿Doy risa? - Preguntó él sonriendo aún más. No parecía molesto en absoluto, parecía estar pasándoselo muy bien. Divia se apoyó en el mango de la trilladora y se rió abiertamente.

- Sois muy divertido. -

- Sí, lo sé, es un don. Por eso los colmilludos me tienen envidia. Con ese malhumor que pasean, es normal que la mitad quiera lincharme cuando me ven. Y dime, ¿veredicto? - preguntó extendiendo las palmas de sus manos esperando su respuesta.

- Sí, tenéis razón, no he visto antes nada como vos. ¿Qué sois? -

Ahí estaba la curiosidad innata de Divia. El observarle darse la vuelta casi la hizo babear delante de él. Tenía enfrente un macho imponente, de lo más extraño, divertido y con un Ego que no cabía en el establo. Pero le caía bien. La estaba haciendo reír.

- ¿De verdad quieres saberlo? Si empiezo a hablar acabarás tan maravillada por todo lo que sale de mi boca, que te atrasarás en tus tareas, Divia.-

- Sois arrogante Sire. - Ella se reía mientras lo miraba. Se sorprendió ante la familiariedad con la que le estaba tratando, pero él no parecía molesto, al contrario, parecía complacido.

- Si, lo soy y puedo es porque puedo serlo. Soy así, así me hicieron y así me muestro. No tengo porqué esconder mi naturaleza.-

- ¿Y cual es vuestra naturaleza Sire?-

Él hizo una mueca divertida y se sacó una bolsa de caramelos del bolsillo. Le tendió la bolsa a Divia ofreciéndole unos caramelos y ella negó con la cabeza.

- Creo que me llaman Ángel por aquí abajo. Pero no me gusta ese nombre, todos se creen lo que no soy. No tengo ricitos rubios, ni llevo flechas ni llevo pañales. No, definitivamente no llevo pañales.-

Divia arrugó el ceño, sin creerse lo que estaba diciéndole el macho que tenía delante. Sabía que no era un vampiro pero ¿un ángel?

-¿Un ángel, ángel? ¿De esos que adoran los humanos? ¿Un siervo de su Dios?-

Él respondió metiéndose un caramelo en la boca.

- De esos.-

Divia se puso seria de golpe. El tipo se estaba burlando de ella. Seguramente por Fritz se debía haber enterado que una de sus pasiones era la literatura clásica, sobre todo la mitología y la angelología en general. Llevaba tatuadas un par de alas en su espalda consecuencia de la pasión que sentía por ese tema. ¡Maldito Adonis! ¿No podía haber seguido siendo un tipo agradable? Recogió la pala trilladora y se dispuso a continuar con su labor.

-Si me permitís Sire, tengo que continuar mi trabajo.-

Y le ignoró empezando a trabajar de espaldas. Estaba bastante enfadada con el intento de ese tipo de burlarse de ella. Menos mal que al nacer le habían dado un cerebro e identificaba enseguida los intentos de los demás de abusar y reírse de ella. Él gruñó molesto a su espalda y ella le ignoró.

- ¿Te he ofendido en algo? Porque tú si lo estas haciendo ignorándome de este modo sin motivo alguno.-

Divia se detuvo unos segundos queriendo responderle, pero al final desistió y siguió trillando paja sucia. Esperaba que él se sintiera tan ofendido que desistiera y se fuera. Un carraspeo le hizo darse cuenta que aún seguía ahí.

-Te estoy hablando Divia. ¿Tan maleducada eres?

Divia se enfureció, se incorporó, se dio la vuelta y le miró a los ojos con ganas de hacerle tragar la pala. Casi se cayó de culo al ver a su Adonis con dos hermosas alas que antes no estaban a su espalda. Y se cayó literalmente cuando él las batió frente a ella. Estaba petrificada, sin poder apartar sus ojos de los apéndices blancos que estaban extendidos frente a ella.

- No me estaba burlando de ti, soy lo que soy. Y que sepas que no se las muestro a nadie, eres una privilegiada. Ni siquiera Tohrment o Autumm me las han visto nunca.-

Divia parpadeó un par de veces antes de tragar saliva. La boca se le había secado del susto, pero unos minutos después consiguió recuperar el control de sí misma. El ángel extendió su mano para ayudarla a levantarse y ella la aceptó dejándose levantar con su fuerza mientras seguía mirando embobada las alas .El ángel la puso sobre sus pies y le pasó la mano por delante de los ojos para comprobar si seguía viendo o se había quedado ciega con la mirada fija.

- ¿Divia? -

Divia salió del trance en el que parecía haberse sumergido y le miró a los ojos. Abrió la boca y volvió a cerrarla. Volvió a abrirla y volvió a cerrarla. No sabía ni qué decir, y se sintió tan avergonzada y tan pequeñita ante aquel ente sobrenatural que estaba segura que se hubiera desmayado si no fuese porque ella nunca se desmayaba.

- Yo... yo... lo siento. Creí que estaba burlándose de mí Sire.-

El macho alado bufó visiblemente contrariado.

-  ¿No puedes tutearme Divia? Creo que me lo merezco, estas - dijo señalando con sus dedos su hermosas alas - no se las enseño a los desconocidos, si me sigues “ usteando” me lo tomaré como una ofensa personal.-

Divia tragó saliva y se sintió como se siente uno cuando el maestro le regaña delante de la clase entera: pequeña e insignificante y muy, muy avergonzada. Ella bajó sus ojos al suelo.

- Lo siento Sir... digo... -¿cual era su nombre? ¡ Dios! Se le había olvidado por completo, en su cabeza le llamaba Adonis y no había memorizado su nombre real para nada. Él hizo una mueca.

- Adonis me sienta bien, puedes llamarme así si no recuerdas mi nombre.-

Divia sintió que las piernas volvían a fallarle, él se dio cuenta y en menos de un segundo sintió su poderoso brazo sujetarle por la cintura y sostenerla. Ella se sujetó a sus hombros.

- Podéis - rectificó enseguida - ¿puedes leer la mente?-

Preguntó ella dejando su mirada fija en sus propias manos. No se atrevía a mirarle a los ojos. Su mirada se desplazó unos centímetros y las alas desaparecieron ante sus ojos dejándola estupefacta.

- Algunas sí, otras menos, y otras nada de nada. La tuya es como un mazazo cada dos por tres, porque tus pensamientos son altos, claros y contundentes.-

- ¡Virgen Santa! ¡Qué vergüenza!

Casi enterró su cara en el pecho que tenía enfrente pero enseguida se dio cuenta de lo inapropiado que sería si lo hacía y desistió. Optó por separarse de él lo más rápido posible al ver que las piernas ya la sostenían.

- ¿Estás bien Divia? -

Preguntó él inspeccionándola preocupado. Ella se negaba a levantar la vista de la vergüenza que sentía. Él le cogió suavemente su barbilla y la obligó a mirarle a los ojos levantándole la cabeza.

- No te avergüences nunca de tus pensamientos Divia, son los que son. Es así de simple. Yo no me avergüenzo de los míos, y créeme, a muchos les parecerían vergonzosos.-

Él le ofreció la mejor de sus sonrisas y ella se sintió un pelín aliviada.

- Pero es que ¿me oíste llamarte Adonis?

Él respondió muy divertido.

- Por supuesto, y el resto de cosas que pasaron por tu cabeza al verme.- Ella enrojeció tanto que sintió como la piel le ardía. – Pero es una reacción habitual ante mi presencia, estoy acostumbrado así que no le di importancia, provoco ese efecto en las hembras y en algunos machos.-

Divia no sabia si sentirse aliviada ante las palabras del ángel o decepcionada.

- Siéntete aliviada, es mejor así.-

Divia dio un paso atrás, ahora ya más segura de sí misma, un poco horrorizada

- ¿Oyes todo lo que pienso? ¿Todo en todo momento? ¡Eso vulnera totalmente mi intimidad!-

El ángel se encogió de hombros.

-No puedo remediarlo, estoy hecho así.-

- Pero, ¿no hay una manera de que no lo hagas?- ella sintió la necesidad de decirle exactamente lo que pensaba, de todas maneras iba a oírlo igualmente.- Mi cabeza es el único lugar del mundo en el que puedo ser yo misma y libre, sin tener que estar pensado en que nadie se sienta ofendido por las consecuencias o reacciones de lo que pienso, digo, o lo que sea que hago ahí dentro. ¿Tiene que ser así todo el tiempo contigo?

Él se puso serio.

- No, no tiene porqué serlo, puedo apagar el interruptor por así decirlo.-

- ¿Y por qué no lo has hecho?-

- Porque no me lo habías pedido y porque es divertido oír lo que piensas. Tienes una mente perspicaz, audaz, innovadora, divertida. Eso es lo que ha despertado mi curiosidad de ti, la forma en la que piensas. - Él vio la cara de disgusto de la hembra. Ella estaba sintiéndose como un animalito de circo - ¿ Quieres que deje de oír tus pensamientos? Si te sientes mejor puedo hacerlo por ti.

- Sí por favor, lo preferiría.- Divia se sentía tan avergonzada que no dudó en responder.

- Hecho.-

- ¿Así, sin más?- Parecía no terminar de creerle.

- Así sin más. - Afirmó él - ¿Quieres una fiesta, un silbato de aviso o una campana que lo anuncie?

- No te rías de mí, por favor. No sé exactamente que esperar de alguien como tú.-

- Bueno, si te consuela...yo tampoco. Soy realmente raro en mi clase, pero lo llevo bien.

Ella sonrió ante el comentario y su sonrisa creció más.

- ¿Tú como llevas ser distinta? - ella frunció el ceño ante la pregunta - Recuerda que ahora ya no puedo leerte así que te coseré a preguntas, eres un enigma para mí.

Ella iba a responder, aunque se sentía más como un espécimen de laboratorio que otra cosa. Tampoco sabía que esperar exactamente, estaba hablando con algo que en teoría, hasta hacía unos momentos,era pura leyenda. Se sentía rara, extraña, excitada por la novedad y curiosa hasta la médula. Se vio detenida en sus intenciones ante la repentina entrada del doggen capataz en el establo. El macho les observó desde la distancia, entrecerró los ojos, recogió unos accesorios que había colgados en un gancho y antes de volver a salir por la puerta gritó en voz alta.

- Están a punto de terminar con el paseo de Glory, Divia, date prisa con su box, la yegua debe encontrarlo limpio.-

Divia bufó pero respondió con un sencillo gesto.

- Sí señor - el capataz salió del establo asintiendo. Ella miró al ángel haciendo una mueca.

-Tengo que terminar de trabajar Sir... digo Adonis.-

El ángel se rió de nuevo ante el apelativo.

- ¿Aún quieres tener esa conversación conmigo? - Preguntó inquisitiva ella mirando furtivamente hacia la puerta del establo esperando que no volviera a entrar el capataz y la encontrara de nuevo sin hacer su trabajo. Una idea se le había pasado por la cabeza, y gracias a Dios, el ángel ya no la oía.

- Por supuesto, despiertas mi curiosidad - respondió él enseñándole una perfecta sonrisa tipo anuncio de dentífrico. Ella tragó saliva antes de hablar y se la jugó a una carta.

- ¿Qué tal si te invito cuando termine mis tareas a un café en la ciudad? No te afecta el sol y conozco un café que sirve unos cafés estilo austriaco estupendos mientras vemos la puesta de sol en la terraza.-

 La cara de incredulidad del ángel la hizo arrepentirse de haber sido tan osada, pero luego él estalló en una sonora carcajada.

- ¿Me vas a invitar a tomar un café? ¿Con puesta de sol? ¡¡Estaré encantado!! ¡Por Dios, por fin me encuentro alguien normal en esta casa! -

Ella se rió con ganas de la reacción del macho con el pelo bicolor.

- Perfecto. - Ella miró su reloj. - ¿A las cuatro nos vemos en la entrada de servicio? Le pediré a uno de los doggens que nos lleve.-

- No. Te llevo yo - respondió él tajante - Tengo un coche que no uso para nada y en algún momento tengo que conducirlo, se va a oxidar el pobre – Ante la cara de susto de la hembra él se rió.

- Tranquila, sé conducir. - dio unos pasos hacia atrás, encaminándose hacia la pequeña portezuela.

- No te molesto más, te dejo con tus tareas. Y recuerda  ¡a las cuatro! -

Él desapareció del establo en un parpadeo y eso la dejó aún más perpleja que antes pero con una enorme sonrisa en la cara. ¿Estaba él más contento que ella ante la perspectiva de esa cita? Parpadeó pensando. ¿Era o no era una cita? Definitivamente era una cita, pero de esas que tienes con los amigos. Él parecía alguien divertido y ahora era ella la que sentía curiosidad por él. Tenia la posibilidad de saber mucho más de aquello de lo que llevaba años leyendo en libros y que siempre había creído que no existía. Pero, para ser sinceros los vampiros tampoco existían para algunos ¿verdad?

Cogiendo la pala trilladora y recolocándose los auriculares de nuevo, se puso a apilar heno a ritmo de Ozzy otra vez, y mientras fue pensando que Adonis no era un nombre que le hiciera justicia por muy atractivo que fuera. Entonces se sonrío pensando en el nombre que le pondría a partir de ahora, ya que el suyo no era capaz de recordarlo. Y le quedaba que ni pintado. Ella gustaba de poner diminutivos a sus amigos.

- Creo que Alitas es perfecto.-




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