lunes, 29 de julio de 2013

Bloody Roots. Raíces de Sangre. Capítulo 1. Parte 1.



Bloody Roots. Raíces de Sangre.
 Capítulo 1. Parte 1.

 Entró en su cueva con paso seguro, decidido, lanzando al fondo el grueso de su armadura y su capa desvencijada. Extendió sus brazos y detrás suyo aparecieron dos hembras. El único movimiento que hizo él fue levantar el cuello para facilitar el acceso de las hembras al resto de su coraza, cuero y demás accesorios que le cubrían durante una batalla. No es que le hiciera falta, pero un líder siempre daba ejemplo a su ejército.

Su ejército... sería su ejército si no existiera el rey Justo, Wrath, un maldito papanatas que no tenía ni idea de lo que era defender con su cuerpo y vida a la raza. Sólo sabía dar órdenes detrás de un escritorio.

Las manos de las hembras fueron rápidas, las dos ya estaban acostumbradas a servir a su señor y él no tenía que abrir ni la boca. Aún le sorprendía que las dos siguieran vivas durante tanto tiempo. Pero era así, vivas y serviles. Una cualidad muy buena en una hembra. Y si eran dos, mejor que mejor.


Cuando quedó totalmente desnudo se pasó la mano por su enorme verga. Haber tomado a aquellas dos humanas en el pueblo antes de desgarrar sus gargantas no había servido de mucho. Aún la tenía bien dura. Aún estaba excitado, la batalla y la sed de sangre siempre se la ponían como ninguna otra hembra podía conseguirlo. Ni siquiera cuando conseguía hacerlas gritar de dolor conseguía semejante estado de excitación que el de verter sangre con sus propias manos.



Ese era el auténtico poder, no el que creía que sustentaba Wrath en su trono para sarasas. Ver cómo tienes en tu mano la vida de otro ser vivo, eso era el verdadero poder. La indecisión, la sumisión, el miedo, el horror en los ojos de sus víctimas justo antes de morir, eso era para lo que él vivía cada noche, era el combustible de su vida.

Llevaba años ejerciendo su poder y su autoridad en el campamento, SU campamento. El campamento del Sanguinario, nombre perfecto el que su padre le había puesto. Su estancia en la Hermandad había sido breve, seguir las normas junto a otros que se creían igual que él no había sido lo que él hubiera elegido, pero el linaje de su padre ahí había estado y al menos le había servido para alcanzar un renombre en el mundo de la guerra. Enviarle a dirigir el campamento de entrenamiento para soldados, eso sí que había sido un gran acierto del anterior monarca, aunque él sabía la verdadera razón de porqué lo había hecho. Mantenerlo alejado de la élite que él con sus acciones había empañado.

Los vampiros necesitaban mano dura y saber que la guerra no tenía concesiones, ninguna, o eres mejor que el enemigo o mueres. Así de simple. Lo que se hiciera para ganar esa guerra era totalmente lícito. Siempre. Esa era la diferencia entre él y sus anteriores hermanos. Ellos seguían normas como corderos, eran grandes guerreros sí, pero lo eran porque él había adiestrado a la mayoría. Sí, él llevaba tiempo preparando cómo se debía preparar a la élite de los guerreros. Él no hacía diferencia de cunas, la supervivencia era lo único que importaba. No importaba si era “hijo de” o "bastardo de” el que llegara a las puertas de su campamento. Aquí solo sobrevivía el más fuerte. Tanto machos como hembras.

Alargó el brazo y cogió por el cuello a la mayor de las dos hembras. Ni siquiera la miró a los ojos, ¿para qué? No era más que una hembra, una fuente de alimentación y un cuerpo para poseer para lo que él quisiera. La otra hembra enseguida cayó sobre sus rodillas, con la cabeza mirando al suelo, y los brazos extendidos. Qué belleza de sumisión.

- ¿Cuáles son las órdenes? ¡Desnudas en mi cueva, siempre! - La hembra que tenía cogida por el cuello se estremeció y empezó a quitarse la poca tela que llevaba encima. Eran harapos, pero eso era la ropa que había en su campamento. Complacido, aflojó su agarre de la hembra y miró a la que estaba en el suelo, también se había arrancado ya la ropa y colgaba de sus caderas. Había aprendido que no podía moverse de su posición hasta que él lo ordenara.

- Por eso seguís vivas vosotras dos aún, porque sabéis lo que me complace.-

Cogió a la hembra que estaba de pie de la cintura y la colocó sobre su cadera, como si llevara un saco, y a la otra la agarró por el pelo y empezó a arrastrarla por el suelo de la cueva, se las llevó hasta el fondo de la caverna, donde estaba el lugar donde dormía y cubría sus necesidades, todo detrás de una cortina de piel que le daba la intimidad que quería. No es que nadie supiera de lo que hacía allí, pero uno siempre quiere tener un lugar al que llamar “hogar” y ese era su pequeño trozo de mundo, solo suyo. Una jodida sensiblería.

Lanzó a la hembra que llevaba debajo del brazo sobre una roca lisa de forma alargada como si fuera el altar dedicado a un dios y a la otra la colocó delante de su verga. La hembra gritó cuando tocó la dura sueperficie con su espalda. Se dirigió a la que volvía a su posición de sumisa.

- Toda en la boca. Y no paras hasta que yo termine.- La hembra asintió sin mirarle a los ojos. Y empezó a chupársela. Miró a la otra que intentaba recolocarse sobre la superficie de piedra.

- Tú quieta.- Sus ojos se clavaron en los de la hembra que se quedó tan quieta como si formara parte de la misma piedra en la que se sentaba. Iba a alimentarse después de las dos hembras, por supuesto... había perdido un poco de sangre y necesitaba restituirla.

Y tenía más planes para ellas, tenía que castigarlas. Como su Sire, amo y señor, era su deber castigarlas y hacerles pagar por su desobediencia. Era su obligación como señor del lugar, y ciertamente, disfrutaba mucho con esa parte.

Hoy sería magnánimo, y no las desollaría, había sido una buena noche de caza y habían destruido un pueblo que albergaba la semilla restrictora en sus entrañas. Él se había encargado de acabar con los niños junto con los que habían pasado la transición hacía poco. Tenían que aprender que un humano era un futuro restrictor y que en un futuro podría ser el que cercenara sus cuellos. Todos debían morir, así era la guerra. Algunos habían vomitado al verlo, esos ya estaban en el foso de los castigos para que aprendieran o murieran. Los demás, los que habían acatado sus órdenes y combatido con fiereza, ya disfrutaban de sus premios, sangre, hembras y sexo. Como él estaba disfrutando ahora.

Cuando la hembra rodeó su miembro con la boca, echó su cabeza hacia atrás, gimiendo. Pero aún tuvo un destello de pensamiento lógico y se dirigió a la hembra que estaba sobre el altar de piedra sin mirarla

- ¿Zinia ya dio a luz?-

Ni siquiera la miró, solo estaba disfrutando de aquella maravillosa mamada, premio merecido después de un combate. Su mano asió el pelo de la hembra y fue dirigiéndola en sus movimientos. Él siempre era el que mantenía el control de todo.

- Sí mi Sire, lo hizo apenas salisteis del campamento.-

- ¿Qué fue? ¿Macho o hembra? -

Sintió la duda de la hembra antes de responder. Y eso le dio la respuesta antes de que la hembra abriera la boca. La rabia lo inundó. Era para él una auténtica vergüenza no poder engendrar más que hembras. Tiró del pelo de la que le estaba haciendo la felación y sintió su grito en la piel de su miembro.

- ¡Otra hembra. Maldición!-

Su voz retumbó en las paredes de la cueva. Ansiaba engendrar un varón y tener un verdadero heredero para que continuara con su linaje, de nada serviría ser una leyenda en la guerra si cuando muriera nadie perpetuaba su sangre ni su linaje. Y las hembras no podían perpetuar una mierda. Miró a la que tenía lamiéndole la verga y ni siquiera se compadeció de ella cuando metió su miembro hasta el fondo y sintió cómo la hembra se ahogaba. Sacó su miembro de golpe y la dejó respirar.

- Haz que me corra ya, puta descerebrada, hoy lo estás haciendo peor que otras veces. ¿Tendré que sustituirte?- La hembra corrió con urgencia a meterse su miembro de nuevo en la boca y a lamerlo con intensidad. El miedo de la hembra se le metió en las fosas nasales y eso le disparó. El miedo equivalía a poder, poder sobre el que lo sufría. Oh poderoso miedo, el que tanto le ayudaba en sus conquistas.

Por fin sintió cómo las pelotas se le tensaban. Guió a la hembra en sus succiones agarrándola de nuevo por el pelo y dejó caer su cabeza hacia atrás. Se dejó llevar, el poder fluyendo por sus venas era el mejor afrodisíaco. Solo quedaba saber si las hembras de hoy sobrevivirían después de sus atenciones. Mierda, tendría que buscar a otras y no estaba por la labor.




Algo no funcionaba... No, algo no estaba bien... Su raza crecía fuerte, pero no lo bastante, y necesitaba que la siguiente generación de vampiros superara a la anterior.

Necesitaba un Primale con fuerza, pero también con astucia, inteligencia y poder para que nacieran guerreros capaces de luchar contra los cada vez más numerosos engendros de su hermano El Omega, y tras consultar los cuencos de las elegidas escribas en el templo de reclusión, tomó una decisión.

Quizás no la más adecuada, pero sí aquella que le daría el poder y la fuerza que su raza necesitaba.

Tomando forma corpórea, Annalisse se materializó en el delicado cuerpo de una vampira que estaba a punto de pasar por su necesidad, y con satisfacción sonrió para sus adentros, porque iba a conocer de primera mano lo que sería la concepción de una vida en su propio vientre y sin más, se cubrio con un manto negro y se desmaterializó hacia el lugar donde sabía que estaba el macho que ella necesitaba para tal propósito: el hermano renegado Bloodletter. Aquel a quien todos temían. Un macho que con todas sus cualidades era el más indicado para su propósito. Unir la mente y la fuerza en un cuerpo capaz de engendrar a la generación de vampiros más terribles que pisaran jamás la tierra.

El campamento era un lugar de desolación, terror y muerte, y ella avanzó en su forma corpóporea, cubierta con su manto hasta llegar a la cueva donde sabía que él se escondía, y tras pensarlo unos minutos, se adentró en la oscuridad.

Se quedó parada en cuanto la terrible visión apareció ante sus ojos.

Un macho inmenso, dominando por completo a una pequeña hembra, pero no la estaba cubriendo como lo hacían los otros machos con sus shellans... El Bloodletter era un monstruo y la cara ensangrentada de la chica hizo que Annalisse retrocediera dos pasos, chocando contra una vasija y volcándola en el suelo.


Él se giró con furia a mirarla y empujando a la otra hembra al suelo, la dejó caer, sin importarle si estaba viva o muerta.

Annalise no se dejó amedrentar, ya que había venido en busca de un propósito y dando dos pasos hacia él, se quitó el manto que le cubría la cabeza y le miró con ojos brillantes.

- Tú debes de ser el sire Bloodletter. He venido a buscarte.
 

Dijo ella, levantando la barbilla muy digna. Sabía que el aspecto que había elegido sería del agrado del macho y por la forma en que el recorrido su cuerpo, sabía que no estaba equivocada.



El Bloodletter miró a aquella figura que había tenido la osadía de entrar en su cueva sin ser invitada y la recorrió de arriba abajo. Lo primero que tuvo ganas de hacer fue desollar a los guardas de la entrada de su cueva, por haberla dejado pasar, pero después de mirar el rostro decidido que le mantenía la mirada y que le provocaba que su sexo se endureciera otra vez, entendió que esa que tenía enfrente tenía que ser una hembra que si habia sido tan audaz como presentarse delante de él sola, también había sido lo suficientemente inteligente como para burlar o convencer a sus guardias.

Lo que fuera. Era una hembra y estaba frente a él. Eso la hacía disponible para lo que él quisiera.

Caminó hacia ella con la gracia de un felino, desnudo, bañado en la sangre de la segunda hembra que había tomado y con su ereccion apuntando al frente La curiosidad acerca de esta intrusa creció en él y decidió satisfacerla

Se acercó hasta que la tuvo justo enfrente y le gustó lo que vio. No era una de las hembras del campamento... estaba seguro de que no la había visto nunca, porque de haberlo hecho se acordaría.

El color platino de su cabello parecía seda pura a la luz de las velas de su cueva y su rostro era como sacado del mismísimo Fade. Juraría que era una de las elegidas que alguna vez había usado y servido siendo un hermano. Su belleza podía rivalizar con ellas de lo exquisita que era. Pero estaba aquí abajo, en su cueva y mirándole directamente a los ojos. Sin inmutarse ante su apariencia.

- ¿Quien eres y por qué cubres tu cuerpo ante mi presencia? -

Ella casi no pudo reaccionar cuando él alargó sus poderosos brazos y le quitó de encima el manto negro que la cubría.

Debajo iba vestida como las elegidas, con la típica túnica blanca de sus gracias. Ella solo parpadeó ante la violencia de sus movimientos, nada más. Al Bloodletter la entrpierna se le puso más dura que nunca. Por fin una hembra decidida y con personalidad, sin miedo... para poder disfrutar doblegando. Los retos era otra de las cosas que más le satisfacían. Esos ojos que ahora lo desafiaban pronto mirarían hacia donde tenían que hacerlo, a sus pies o a su verga. Preferiblemente con ella dentro de la boca.

Un gemido lastimero detrás de él le hizo acordarse de lo que hacia pocos segundos estaba haciendo. Sin girarse a mirar atrás, no podía apartar sus ojos de la belleza que tenía enfrente, habló en voz alta para ser oído desde el fondo de su cueva.

- ¡Vete! Me has servido bien. Que la curandera se encargue de ti y te busquen una vena para alimentarte. Y llévate a tu hermana. Y di que nadie me moleste en un rato.- Extendió los colmillos relamiéndose ante lo que tenía enfrente y no dejaba de mirarle.

La hembra desangrada, tambaleándose, apenas pudo levantarse y ponerse en pie, pero hizo lo que su señor le había ordenado. El Bloodletter sonrió divertido ante la cara que puso la hermosa hembra inmaculada que había entrado en su cueva privada, cuando miró de reojo lo que sucedía a su espalda. Mientras, él se regodeó con la inspección de su cuerpo. La túnica de elegida apenas cubría unos turgentes pechos que prometían mucha diversión, y que se perfilaban debajo de aquella lisa tela. La piel de la hembra era blanca, con una luz extraña que seguramente provenía de su santidad. Había tenido el placer de catar a alguna de las elegidas, y sabía que algunas tenían un fulgor parecido en su piel. Lástima que aunque sagradas, fueran hembras y le duraran tan poco. Dejaron de aparecer ante sus convocaciones y el mismo Primale le había dejado claro que ninguna de ellas volvería a hacerlo. Le costó tres días recuperarse de la paliza que le propinó el Gran Padre después de su encuentro con una de ellas. Desde entonces no había vuelto a ver una elegida. Estaban vetadas para todo el que no fuera de la Hermandad y él tenía prohibido acercarse a ninguna de ellas por orden específica del Primale. Esto que tenía enfrente era todo un desafio a la autoridad del gran Padre, y eso lo atraía como la miel a las moscas.

Inhaló el aroma que desprendía y casi cayó de rodillas. Era el aroma más puro y embriagador que había olido en toda su existencia. Ni siquiera el estado de su cueva, ni de los restos de sangre o carne, empobrecían el aroma de aquella hembra.

Entonces el aroma de la hembra le dijo algo más y él emitió una mueca. Su cerebro volvió de nuevo a la vida dejando a sus instintos en la retaguardia. Una hembra apunto de tener su necesidad. No necesitaba más de esa mierda. Engendrar hembras se estaba convirtiendo en algo aburrido. Pero podía montar y fornicar con esta antes de que sus hormonas estallaran. Su lugarteniente podría servirla para reproducirse si lo deseaba. Se lo tenía bien merecido.

- ¿Por qué me buscas? -

Preguntó él de forma áspera. Cuando ella fue a abrir la boca después de que las otras dos hembras salieran de su cueva, el aroma de la supuesta elegida se intensificó para él y le pego directamente en las fosas nasales y visiones de ese menudo y frágil cuerpo desnudo impactó en su lóbulo frontal con un mensaje que jamás había creído que aparecería ante él.

Mía.

Apareció de la nada el mensaje que se incrustó directamente en su cerebro y casi lo hizo tambalearse y caer al suelo. Pero él era un guerrero y no caería por algo tan nimio.

Mía.

Su erección saltó hacia adelante como si confirmara aquel pensamiento, y eso lo dejó atónito. Su cerebro se activó. No, jamás. Él nunca se vincularía con ninguna hembra ni dejaría que ella controlara su vida ni su alma ni su corazón ni nada suyo. Él era de él. Punto.

Nunca. Jamás. Solo los débiles se vinculaban.

Mía.

Maldición, iba a arrancarse la cabeza si seguía apareciendo aquello desde dentro.

Mía.

Necesitaba olvidar ese pensamiento y se obligó a recanalizar la conversación o lo que fuera que estaban teniendo para olvidarse de aquel absurdo.

- ¡He preguntado por qué me buscas! - Rugió con furia. - ¿Te ha mandado el Primale como ofrenda de paz? -


  Annalisse dio un paso al frente, con la barbilla bien alta e inhaló el aroma que emanaba de la piel del macho y una sonrisa casi perversa se instaló en sus labios, curvándolos hacia arriba y dejando entrever las puntas de sus colmillos.

- Nadie me envía, he venido porque ése era mi deseo y aunque provengo del sagrado templo, El gran Padre no tiene absolutamente nada que ver conmigo. Te he buscado porque me eres necesario. Mi periodo de necesidad está cerca y quiero que sea usted  quien me sirva, Sire.-
 

El macho rugió y con un movimiento rápido apresó la delicada garganta de la hembra entre sus fuertes dedos y apretó, estrangulándola.

Annalisse boqueó en busca de aire y aunque por un momento estuvo tentada en posar sus manos sobre el macho y calcinarlo hasta los huesos,lo que hizo fue levantar sus ojos de diamante hacia los suyos azules y susurrar unas palabras.

- Suélteme, Sire...-
 El macho acercó tanto su rostro al de ella, que pudo oler el pútrido olor de la sangre seca en su piel... Y eso la excitó... A pesar de que jamás había tenido contacto físico con ningún macho, Annalisse notó cómo un extraño cosquilleo se instalaba en el centro de su sexo y dio un paso más hacia adelante, desafiando así al enorme vampiro que tenía enfrente.


Continua  aqui

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