sábado, 20 de septiembre de 2014

La llave impura. Capítulo 2. Parte I.

Capitulo 2.




Saliendo de ver a su alterada madre, Ammatiel se dirigía inmediatamente a atender su llamado. Siendo el encargado de un ejército, su existencia nunca había tenido un respiro. Vivía por hacer el bien, para crear a los mejores guerreros… aunque esto era diferente, lo sentía en cada hueso de su ser.
Cruzó los jardines y las fuentes doradas, sumido en sus pensamientos.

Todos lo miraban, mas él no le prestaba atención a nadie. Cualquier cosa que ellos le pidieran, lo haría. ¿Matarla? No, en ese extremo, Ammatiel no estaba tan seguro. ¿Por qué lo haría? Él la ha estado observando de cerca y todavía no ha encontrado algún motivo para llegar a hacerlo.


Entró al vestíbulo principal y como siempre se quedó maravillado con la perfección de su entorno. Más allá de donde caminaba, los animales vivían en perfecta armonía. Mientras los pavos reales mostraban sus lindas plumas, los leones tomaban un descanso mirando aburridamente el espectáculo. Las puertas se abrieron sin necesidad de tocar, Ammatiel entró sin vacilar. Dentro de la sala estaba un grupo de hombres y mujeres –que conocía muy bien-, esperándole.

Las puertas se cerraron, y todos le miraron fijamente. No preguntó nada, se quedó a la espera de que alguien hablara.

-Dado que tu madre no ha querido, por ningún medio posible –comenzó a decir Laurel. Una mujer alta, de cabello rubio y blanco… una mujer por la cual siempre ha tenido una debilidad, aunque no lo aceptara ni siquiera a sí mismo, le miró profundamente. A pesar de que mantenía su rostro sin expresión, Ammatiel la había estudiado lo suficiente para saber que algo le preocupaba.- aceptar el trabajo, tú eres el otro más indicado. Tu interés por la chica, lo que conoces y por todo lo demás, te daremos la oportunidad de acercarte.- Y… algo no le estaban diciendo.

-¿No la mataré?-

-No, la protegerás.-

-¿Por qué debería protegerla?-

-El por qué no es asunto tuyo –soltó Rox, desde el lado izquierdo de Laurel. Ammatiel lo observó detenidamente. El hombre de estatura baja, cabello negro canoso y ojos color miel, rondaba unos cincuenta años, era una de las personas más estrictas y cascarrabias que conocía. El hombre raya el extremo.

-Debido a que soy yo quien tiene que estar en un lugar diferente, el cual solo he visto desde aquí… pues sí –cruzó los brazos en su pecho - merezco saber por qué debo arriesgarme por alguien que no conozco.

-Eres exactamente como ella…-

-La vida como la conocemos cambiará si no la proteges –dijo Laurel interrumpiendo sin remordimiento la diatriba de Rox. Ella también creía que Ammatiel debía saber un poco de lo que pasaría si él fallaba su cometido.- es por eso que es imperativo que no falles.


                                     ***************************************

La tarde caía, el sol estaba escondido en el horizonte dejando todo en una suave tranquilidad. Joder, ¿qué le seguiría después? ¿Se pondría a recitar poesía? Negó con la cabeza, se estaba volviendo un marica. Alejó los pensamientos del paisaje y se concentró en su plan. Sonrió. Si las cosas salían como tenían que salir, entonces, él sería el señor de todo.

-¿Todo en orden?- se volvió para verla. No era que tuviera que hacerlo, conocía esa voz perfectamente.- ¿Xhotan? ¿Me estas escuchando?- el hombre puso los ojos en blancos y le gruño a la mujer.

-No soy sordo, Salomé - ella tenía su cuerpo perfecto envuelto en una sabana roja y el cabello un poco desordenado por el maratón de sexo que tuvieron varios minutos atrás. La demonio se acercó y le abrazó por la espalda, depositando un beso en el medio de sus omoplatos.

-Entonces, ¿por qué no me has contestado?- soltó un suspiro. Esta mujer resultaba una molestia la gran parte del tiempo, aunque unirse a ella fue la mejor opción.

Salomé fue fácil de seducir. Tonta, ilusa, no era más que un peón en su juego. Mientras ella siguiera depositando su ciega confianza en él, Xhotan no tendría ningún problema en meterse entre sus piernas. Al final, él también disfrutaba de eso.

-¿Has tenido noticias?- Lo que le llevó a Salomé en primera instancia, además de la facilidad de seducirla, fue las conexiones que tenía. Una mujer enamorada hace todo por su hombre, lo aprendió a lo largo de los años y Salomé lo seguía a letra y puntilla.

-Todo salió a la perfección –su voz estaba cargada de triunfo.-. Más tarde parto, para llevar a cabo la segunda parte del plan –ronroneó.-. Pero estoy un poco desanimada para hacerlo, ¿me animas? –Le susurró en el oído antes de morderle el lóbulo de la oreja.

Xhotan reaccionó al instante, su erección ya estaba demandando su atención. Salomé tiró la sabana al suelo, dejando al descubierto su curvilíneo cuerpo. Él la haló del brazo cuando daba media vuelta para volver al dormitorio, haciendo que se estrellara con su duro pecho. La demonio se quedó sin aire por un momento, pero suspiró cuando Xhotan la besó con rudeza.
¿Quería motivación? Bien, se la daría… Tan fuerte y salvaje, en aquel balcón, que haría todo como él quisiera.

                                  *********************************************

Desde que subieron al auto, no cruzaron palabra, solo lo estrictamente necesario porque Kamlot no sabía a dónde dirigirse. A Magnatara la idea de desaparecer le era cada vez más seductora.

Ella siguió sumida en sus pensamientos.

Dichoso beso.

No podía dejar de darle vueltas, porque a pesar de que la había besado con ganas, sentía que algo se le escapaba.

Buscaba y buscaba, porque en su mente, como ella se sentía, algo no era correcto. Estaba feliz, no cabía dudas, pero una sombra se tragaba casi todo eso… de pronto lo supo y sus ojos ardieron por las lágrimas que se negó a soltar. Mientras se besaban, su muro siempre estuvo allí, Magnatara nunca pudo llegar a él. Y el descubrimiento dolía…

El demonio aparcó le auto frente al bosque que le indicó, desde aquí no había más caminos que seguir. Saltó del auto y cerró la puerta.

-Desde aquí debemos ir a pie.-

Percibiendo la viva tensión que emanaba del demonio, la Rakashi comenzó el recorrido. Conocía ese bosque de principio a fin, y sabía de sobra lo peligroso y engañoso que podía ser.
Se movió a un árbol que tenía una sutil marca, allí muy protegido, dentro de un hueco, estaba su arco.

Sonrió abiertamente cuando lo cogió en sus manos y lo acarició desde un extremo, hasta las delicadas plumas que pendían del arco.
Este fue su primer regalo, el regalo que Khal –un oráculo- le dio, y aunque odió dejarlo allí en el árbol, su mentor siempre le dijo que el arma debía estar en el bosque porque en algún momento lo necesitaría.

¡Y mira como es la cosa!

Magnatara iba a adentrarse en el bosque sin armas.

Sí lo necesitaría después de todo. Sacó el carcaj, contando las flechas. Quedaban suficientes, y segura como el infierno que no le quedaban tantas la última vez que lo usó.

Suponía que algún otro oráculo –sino el mismo Khal-, lo rellenó. No sabía porque ese detalle le sorprendía, pero su estado de ánimo estaba cayendo en picada y ese pequeño detalle le calentó el corazón. Las plumas de las flechas eran de hermosos colores llamativos, ellos tuvieron la delicadeza de poner las plumas de las aves rapaces que a Magnatara tanto le gustaban. Era una pena que esas aves prefirieran cenar carne inmortal u humana y que por eso debían matarlas si atacaban.

Se puso el carcaj y el arco en su espalda. Observó y escuchó atentamente. Criaturas que no existen en ningún otro lugar, habitaban ese bosque. Peligrosas, hipnotizantes y jodidamente inteligentes. ¿Cuántas veces Magnatara estuvo a punto de morir por una de esas cosas?

Perdí la cuenta.

Podría extender sus alas y volar por encima del bosque, de paso aliviar el dolor que se instaló en ellas por no estirarlas por un largo tiempo, más eso sería revelar su vergonzoso secreto. Y después de la pasada desastrosa noche, no era algo que quería hacer. Sin saberlo ya me rechaza. No quería añadir algo más a su lista de defectos.

                              ***************************************

Luego de que la ansiedad de encontrar a la Rakshasi desapareciera, la molestia se a dueño de él. Estaba molesto. Con Magnatara, con él mismo. Con ella por besarle, con él por dejarse llevar. No quería una complicación, no ahora que sentía que todo lo que conocía estaba a punto de cambiar. La Rakshasi no mencionó ni media palabra a parte de adonde se dirigían… y tenía que admitirlo, eso le sorprendió. Realmente esperaba que ella sólo alardeara sobre su conocimiento para que no la dejara atrás.

No sería la primera vez que eso sucedía, Magnatara podía hacer cualquier cosa para no quedarse.

Resulta que se equivocaba, la Rakshasi se veía segura de a dónde iba y se lo demostró cuando encontró el arco y las flechas. ¿Para qué lo necesitaría? Ella es un arma peligrosa, en todo caso, él también lo era.

Magnatara sonrió con ternura al ver el arco, como si le fuera familiar. La curiosidad le carcomió, mas no preguntó.

No me importa.

La Rakshasi comenzó la caminata como si siguiera un camino que solamente ella sabía. Sin ninguna palabra o algún movimiento hacía Kamlot. Perfecto, se tira a mí y actúa como si la situación hubiese sido al revés.

Quién sabe cuánto tiempo caminaron en silencio, de momento dos criaturas aparecieron.
Arrinconándolos.

Sí, extrañas hasta la médula. De colores llamativos –como las plumas de las flechas de Magnatara-, las criaturas parecían leones, solo que tenían rayas como tigres. Uno de color purpura con rayas verdes, el otro dorado con rayas rojas. No parecían simples animales, había una luz de conocimiento en sus ojos, como si estuvieran midiendo su cuerpo para ponerlo en un ataúd.

-No son simple felinos –dijo Magnatara. Aunque bien, eso ya lo sabía.- son Teexats. Solo existen en este bosque.- Cualquier cosa que estaba diciendo se escuchaba a kilómetros de distancia. Los ojos de la criatura dorada lo enfocaron y el dragón en él se movió incomodo dentro de su cabeza, pero Kamlot no podía controlar su cuerpo y caminó en dirección al Teexat.

Fue el chillido penetrante de Magnatara que hizo algún corto circuito en su mente y antes de que pudiera detenerlo, el dragón tomó posesión del cuerpo.

Lucifer escogió que sus guerreros fueran unidos a los dragones, no porque le eran lindos, sino por ser las criaturas más mortíferas en el inframundo.

Los dragones no eran todos iguales, así que el ejército era uno de grandeza, lleno de guerreros entrenados desde su nacer. Kamlot perteneció al grupo líder del ejército por su precisión a la hora de trazar una emboscada y porque su dragón tenía una habilidad que ningún otro mostró. Su cuerpo podía encenderse en llamas. Literalmente. Como si fuera un fénix, y cuando volvía a la normalidad no tenía ninguna ampolla u hollín en su cuerpo.

Se abalanzó sobre la criatura, sin saber siquiera si Magnatara se estaba encargando de la otra.
Con su cuerpo en llamas, la criatura buscaba como atacarlo, sin lograrlo.

Inteligentemente cuando vio que no podía ganar la lucha, huyó. Miró a la Rakshasi, para asegurarse de que estaba bien. Ella respiraba entrecortadamente y la sangre goteaba de su hombro izquierdo hasta desaparecer en su top negro, tenía ramitas y hojas en el pelo, que ya se estaba sacudiendo. Su arco y carcaj estaban tirados a un lado, pero reía divertida.

No entendía. Los Teexats se marcharon, ella no acabó con su atacante tampoco. Pareció ver la pregunta en sus ojos porque contestó:

-Estos animales son inteligentes y para nada cobardes. Si se retiraron es porque pensaban que sería más sensato. Hubiésemos estado separados y no se marcharían hasta que alguno estuviera muerto. Además, ellos pueden literalmente hipnotizarte, podrían estar comiéndote y tú sentir que están jugando contigo.-


Continuará....


La llave impura by Pandora Leon is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

No hay comentarios:

Publicar un comentario