sábado, 29 de noviembre de 2014

La llave impura. capitulo 4 parte 2.



S
álvala y te enseñará el camino.

¿Había mencionado que odiaba a los oráculos y sus cosas a medias? Ahora ella se estaba congelando el culo, literalmente hablando, mientras buscaba a quien debía salvar. Los copos de nieve caían en todo el lugar y dado a que ella vestía ropa suelta para combatir el calor del Amazonas, le castañeaban los dientes. Pronto encontró una esquina agradable para conjurar ropa adecuada y un aspecto diferente. Una vez que ese no fue un problema y que las neuronas poco a poco se le estaban descongelando, le prestó atención a su alrededor.

Y maldita sea, no le gustó el lugar donde estaba. Magnatara lo conocía muy bien. La rabia comenzó a arder lentamente dentro de ella, y sus garras comenzaron a alargarse. Este era su “hogar” hace muchos siglos atrás.


La Rakshasi ya se estaba haciendo una leve idea de a quién debía rescatar. Pero, ¿qué día era exactamente? Eso podría confirmar sus sospechas.


Se acercó a un bar, todos los que se encontraban en su camino se hicieron a un lado. Ellos claramente sentían el poder que emanaba de ella, el peligro y no querían encontrarse en el foco de su atención.


-¿Qué día es hoy? –le preguntó al hombre que estaba detrás de la barra, limpiando un vaso de cristal.


El hombre la miró con esos ojos gatunos y una sonrisa encantadora, antes de contestarle. Magnatara hubiese pensado que él era lindo, sino estuviera consiente de toda la maldad de la que era capaz. Ella hizo una mueca y volvió a salir del lugar. Ahora estaba inmensamente cabreada. Sus sospechas eran ciertas. Debía salvarse a ella misma.


Su pequeña yo estaba encerrada en un calabozo… ese día ella había sido llevada allí y golpeada brutalmente por haberse defendido de otra Rakshasi que pensaba que molestarla era de lo más divertido. Magnatara no empezó nada, solo se defendió. Pero la culpa, según todos, obviamente fue de ella. Su padre, tan amoroso como era, dejó que se la encerraran, “para que aprendiera cuál era su lugar”. Esperó días incontables a que la sacaran de aquel horrendo lugar, donde pasó frío y hambre, eso nunca pasó hasta que cumplió su castigo. Por más que quisiera ir en busca de la niña que la agredió y hacerle pagar por lo que hizo, ella nunca le pegaría a un niño, no importaba cuantas ganas tuviese de hacerlo.


Encontrarse con ella sería un poco problemático, no fuera ningún problema si en vez de lidiar con su raza lo hiciera con cualquier otra especie. Incluso, aunque ella fuera fuerte, más fuerte que la mayoría, podría pasar un muy mal rato. Y bien, ese mal rato estaba a punto de suceder. Los calabozos donde ella fue encerrada cuando niña, estaban ubicados dentro de una inmensa caverna fría que era custodiada y protegida con magia para evitar que cualquier criatura pudiera salir de allí. Una vez este adentro, Magnatara no podría utilizar su poder. Hasta su aspecto cambiaría volviendo a ser ella. Oh, bueno. Algunas cosas simplemente son necesarias.


Para entrar allí, debía hacer algo. Algo grande. Sonrió maliciosamente y volvió a entrar al bar, estaba vez sin ningún hechizo que ocultara su apariencia. Total, nadie la reconocería. En este tiempo nadie la vería como la hija del líder Rakshasa, pues no la han visto como era de crecida. Su cara seguramente reflejaba su demencia, su enojo y odio, porque todos se quedaron mirándola sin siquiera respirar. Una vez ella ganó la atención de todos, hizo encender sus manos en fuego. Así, ¿qué es por esto que resisto al fuego? Magnífico. Su magia había ascendido. Existían leyendas sobre los Rakshasa que podían controlar los elementos… pero eran leyendas. Nunca existió uno que ella recordara. Tomen esa cabrones, soy una leyenda. Y comenzó la fiesta, todo comenzó a arder. Su risa se unió a los gritos de los presentes. El fuego comenzaba a ampollarle las manos. ¿Entonces no podía convocarlo por mucho tiempo? No lo entendía, pero seguro tendría tiempo de sobra para averiguar qué pasaba.


Como era de esperarse, una vez el bar estuvo reducido a cenizas, fue detenida. Y ella dejó que le amarraran las manos de buena gana. Por mucho que quisieran, ninguno hizo un ademan de golpearla, por miedo a que fuera a hacerles daño... Según recordaba todas las celdas que habían estaban ocupadas, y estaba rezando para que pudiera compartir la celda con ella misma. No era tan grande la probabilidad, pero oh, ella realmente esperaba el milagro.


Hizo el recorrido hasta los calabozos con una sonrisa. Antes ella le temía a todos los que habitaban este lugar. Los puros. Su mezcla de razas no era ningún secreto en el lugar y era como un permiso permanente para hacerle cualquier tipo de cosas. Gracias a Dios que ninguno le puso una mano encima para otro efecto que no fuera golpearla… nadie quería involucrarse con una impura. Ese ha sido el único pequeño regalo que ha salido de eso, nunca fue violada.


Entró halada por los hombres como si fuera un perro, esto hizo que gruñera. Me las cobraré. Adentro, la caverna estaba levemente iluminada. Los hombres en sus celdas comenzaron a decirle obscenidades al verla pasar por el pasillo. Magnatara curvó los labios con desagrado. Celda 5, lado izquierdo. Suspiró de alivió cuando el hombre, que creía se llamaba Dart, pasó las primeras celdas y abrió la celda que ella esperaba.


Sus manos fueron liberadas, mientras era empujada dentro. La puerta de la celda se cerró detrás de ella con un fuerte estruendo que le hizo encogerse. Y casi quedarse sorda. ¿Era realmente necesario formal tal alboroto? Las criaturas y sus dramas. Bien, ya estaba adentro, ahora debía encontrar la forma de salir. Segura como el infierno de que todo se trataba de una maldita ilusión. Nadie nunca fue a sacarla de aquel lugar. Le habían dado cinco meses de sentencia en aquel lugar. En este momento le parecía una tontería, pero cuando tenía diez años, le pareció una eternidad.


En la esquina más alejada de la celda hecha un ovillo, sin levantar la mirada estaba ella. Le partió el alma verse. Cuando era pequeña sabía que daba lástima verla, pero ahora que realmente se veía la sangre le hervía más caliente, espesándose por sus venas. Nadie debía sufrir como ella lo hizo.


Caminó hasta encontrarse, su pequeña yo alzó la vista y trató de mirarla. Obviamente no podía enfocarla, pues sus ojos estaban hinchados, tardaría un par de horas, quizás días, para recuperarse, la debilidad que tenía no dejaba que se curara como debería. Asustada, ella se pegó más a la pared de su espalda. Magnatara mordió su labio inferior para no soltar una sonora maldición.


-Tranquila, no quiero hacerte daño. –Entonces sacó dentro de su abrigo la comida que escondió antes de entrar al bar y hacer la fiesta que sólo ella disfrutó.- He traído comida. –Como era de esperar su otro yo la miró -o al menos trató de hacerlo- cuando le tendía el bolso de comida. No espero a que le dijera dos veces que lo tomara, rápidamente se lo sacó de las manos y tomó el contenido, llevándoselo a la boca sin ningún miramiento. Llevaba tres días sin ver un pedazo de pan tan siquiera. El hambre que tenía era tan voraz que se sorprendía de que sus tripas no comenzaran a comerse unas a las otras. Magnatara se miraba, la comida no llegaba suficiente rápido a su boca y la leche no combatía la sed tan inmediatamente. Quiso llorar, no necesitaba recordar, lo estaba viendo… aunque recordar sería peor. Nunca nadie me ayudo.


Una vez que acabó con la comida se recostó con una sonrisa en los labios. Ya alimentada, y con algo de fuerza, sus heridas ya estaban cicatrizando como deberían.


-Gracias. –susurró.


-No hay de qué. –se dijo en respuesta. ¿Cuán raro era hablarse a ella misma en persona?


Magnatara se volvió a la celda y comenzó a patear en busca de algo suelto que le permitiera arrancar el barrote o cualquier otra cosa para poder salir de aquel apestoso lugar y barrer a todos los que se concentraban en aquella aldea. Era una ilusión, al fin y al cabo, podía hacer lo que quisiera, ¿no?


-No hay forma de salir. –Claro que ella lo sabía, pero quería intentarlo otra vez. Sus fuerzas ahora eran muy por encima de lo que lo fueron cuando niña.


-Lo sé. Nada perdía con intentarlo. ¿Cómo te llamas? –se sentó al lado de la niña.


-Magnatara, ¿y tú?


-Tara. –No es que ella fuera a creerle, porque vamos. Tenían el mismo color de ojos y el pelo seguía siendo un caos. Y ella nunca fue bruta. Eventualmente se daría cuenta de quién era realmente.


-¿Por qué estás aquí? –Su cara estoica le demostró que no le creía pero que decidió no insistir.


-Porque he hecho un infierno del bar y fue reducido a cenizas. –esto se ganó una gran sonrisa. Su padre pasaba tanto tiempo en ese lugar que casi vivía allí y Magnatara siempre lo odió. Las palizas cuando él decidía beber eran más dolorosas. Así que si su padre podía tener un muy mal rato por un tiempo, eso en definitiva era una pequeña victoria para ella.


-Eso es estupendo.


-Lo es. –le sonrió de vuelta.


-¿Alguien vendrá por ti?- preguntó. La pequeña estaba tan segura de que ella tenía ayuda que fue como un buen puño en el estómago para Magnatara.


-Te diré algo, niña. Quiero que me escuches bien, es un consejo que salva vidas. No confíes en nadie, cuando más los necesitas no están para ti. Confía en ti, en la soledad estas contigo, nunca te vas a abandonar. Y si lo haces, estarás perdida. –Los ojos de su yo pequeño se llenaron de lágrimas y negó con la cabeza.


-Es una vida muy solitaria. No quiero vivir de esa forma. Todos merecemos ser feliz.- Sí. Ella pensaba eso, incluso había llorado muchas veces por esa causa, hasta comprender que era una ilusa. Ahora estaba resignada. Las cosas buenas le pasaban a unas criaturas y ella nunca fue una de las afortunadas.


-Sólo te lastimarás pensando de esa forma, créeme.


-¿No soy feliz ni siquiera en el futuro? Ningún amor que me cuide la espalda. ¿Hijos? –Una risa amarga brotó de Magnatara. ¿Ves? Ella realmente se daría cuenta.


-No. No y no. –No se mentiría a sí misma. No era feliz, pero tampoco era totalmente miserable. Kamlot no la quería, así que no tenía un amor que le cuidara la espalda y en definitiva no tenía hijos.


-¿Por qué vives entonces?


-Porque suicidarme sería dejar de hacer lo que he hecho toda la vida. Luchar.


-¿Cómo sobrevives?


-Yo vivo. Amo estar viva, no es como esperaba que fuera mi vida. Cargo con millones de heridas, pero no dejo que ellas hagan algo de mí que no soy. Te diré, soy un dolor de culo para todo el mundo. Mi sentido del humor es retorcido y mi sarcasmo es encantador. No dejo que otros me digan que hacer. Por lo tanto, el mundo puede follarse y dejarme en paz. No tengo al hombre que quiero, y dios sabe que es un inmenso asno y un completo idiota. Pero mientras no me falle a mí misma, todo irá bien. Por lo tanto, tú y yo saldremos de aquí. De una forma u otra.- su yo sonrió.


-¿Cómo lo haremos?


-Sigo pensando en ello.-volvió a sonreír.



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¿Su prueba era en el infierno? ¿Qué diablos…? Kamlot no había estado allí desde hace mucho tiempo, pero era difícil de olvidarse de su hogar. La nostalgia barrió con él como un terrible tsunami. Nunca es lo que parece. Es hora de aclarar el pasado para que abraces tu presente y elabores sin prejuicios tu futuro. ¿Qué significaban esas palabras? Odiaba a los oráculos y sus cosas… como si él no tuviera cosas mejores que hacer que estar jugando a las adivinanzas.


Dio una vuelta para ver su alrededor. Estaba en la que fue su casa. La misma que compartió con Salomé. A su espalda escuchó el repiquetear de unos tacones, era muy tarde para esconderse en algún lugar. Se volvió con la espera de ser encontrado, pero Salomé solo paso por él como si fuese un espectro. Literalmente cruzó por Kamlot como si no fuera corpóreo. Sorprendido la siguió.


La mujer entró a la habitación que compartían, cerrando la puerta tras de sí. El demonio pasó la puerta sin necesidad de abrirla, encontrándose con una escena que recordaba perfectamente. Al otro lado de la habitación se encontraba su yo, llevando solo una toalla negra envuelta en su cintura mientras buscaba algo que ponerse. Miró por encima del hombro y cuando vio a Salomé sonrió -no es que si la viera ahora, le sonreiría de ese modo-.


Kamlot estaba muy consciente de lo que pasó ese día y no quería repetirlo de nuevo. ¿Por qué lo torturaban de esa forma? Una parte de él quiso escapar del recuerdo, pero sabía que debía quedarse. Le tomó todo su autocontrol para no dar media vuelta e irse.


-Pensé que regresarías más tarde –Había caminado hasta Salomé para estrecharla entre sus brazos y darle un beso. – ¿Qué sucede? -Salomé lo miró con esos ojos tristes y habló con voz quebrada.


-He perdido a nuestro hijo… -Kamlot volvió a sentir lo mismo que sintió cuando recibió esa noticia la primera vez. Un vacío helado en el medio del estómago. Confusión, angustia. El dolor… tan crudo. Él perdió una parte de sí, a su pequeño hijo que estaba comenzando a formarse dentro de la mujer que amaba. ¿Cómo pudo sobrevivir a tal noticia por todo este tiempo? Aunque Salomé hizo lo que hizo, esa pérdida la llevaba tan latente como ese día que le obligaban a recordar.


-¿Cómo…? –Preguntó encontrando por fin su voz, pero Salomé comenzó a llorar y fue imposible sacarle algún tipo de palabra. Y en lo que fue la interrupción más impertinente de su vida, tocaron la puerta.


-Señor –la voz de Calen, su mano derecha, fue amortiguada por la puerta-. –El Maestro le ha llamado. –Se vio así mismo, su rostro reflejaba toda su confusión y rabia del momento. Soltó un gruñido.


-Ya salgo. –Estaban enfrentado tiempos difíciles y si Lucifer lo había mandado a llamar no era mero chiste. Él debía ir inmediatamente.


-Hablaremos de esto cuando regresé.-Le aseguró a Salomé y besó su frente. Se vistió lo más rápido que pudo y salió de la habitación.


Recordaba bien ese odio a la humanidad, cualquier criatura que se le cruzó en su camino con intensión de herirlo lo pagó caro. Mientras que su yo de la visión salía, él se quedó con la demonio. No supo por qué, pero algo le decía que debía esperar.


Salomé esperó unos minutos antes de secarse las lágrimas y salir de la habitación. Con el ceño fruncido, Kamlot la siguió hasta la oficina de él. Para toda incredulidad, allí, sentado en su silla detrás del escritorio, estaba Xhotan, quien sonrió abiertamente al ver a la demonio Dragón.


-¿Y bien? –ella hizo un ruido contrariado con su boca.


-Es un idiota.


-¿Cómo reaccionó nuestro querido comandante al enterarse de la muerte de una criatura que no existe?


-Tal como esperábamos. Tenemos el momento perfecto para atacar, Kamlot no estará pensando con claridad después de lo que le he dicho.


De momento, todo lo que Kamlot pudo hacer fue quedarse petrificado, incapaz de procesar lo que escuchó. ¿El hijo por el que había llorado todos estos años no existió nunca? La rabia y el odio llegaron en un torrente abrumador. Lo único que quería hacer era arrancarle la cabeza a ambos. Él que se sentía el rey del jodido mundo cuando se enteró de que sería padre. Él que pasó su vida lamentándose por esa pérdida… encadenado a esa pequeña criatura que nunca llegó a nacer. Con un miedo terrible de que el destino le diera todo y después se lo arrebatara de la misma cruel manera. Un bramido de dolor salió de la profundidad de su garganta. Esto no puede ser malditamente cierto.


¿Podía confiar en que lo que escuchó es cierto? ¿Por qué los oráculos le mentirían mostrándole algo semejante? Nunca es lo que parece. Es hora de aclarar el pasado… Eso fue lo que el oráculo le dijo. Ese era el recuerdo que lo anclaba a esos días. Si era cierto, entonces no tenía por qué seguir sufriendo por algo que nunca existió. Para que abraces tu presente y elabores sin prejuicios tu futuro... Él podría tener esa oportunidad, un hijo realmente en un futuro. Tenía todo lo necesario para cuidarlo, nadie se lo arrebataría.


Kamlot debía dejar de lamentarse, dejar de mirar atrás. No era fácil, no cuando llevaba tanto tiempo en ese lugar. Pero por un futuro diferente él haría esfuerzo, también haría pagar a los que hicieron su vida un infierno.


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Un ruido familiar hizo que Magnatara se levantara de sus sueños sobresaltada. Estaba segura que había escuchado a Kamlot. ¿Sería posible que él estuviera allí? O ¿se lo había imaginado? Su pequeño yo estaba acurrucada a su lado, con su abrigo para protegerse del frío, con mucho cuidado para no despertarla trató de salirse del diminuto colchón que compartían. Cuando quedó libre, se movió inquieta por la celda. No creía que el demonio Dragón estuviera allí, pero tampoco se sentía tan trastornada como para imaginarse lo que había escuchado. ¿Estaba Kamlot herido? Suspiró. Estando aquí encerrada jamás sabré nada.


Su Rakshasi estaba el doble de inquieta. Mi compañero está en problemas. Ese pensamiento la detuvo en seco. ¿Su compañero? Entonces todo le estuvo claro. El por qué todo su ser gritaba que era suyo. La razón por la cual no podía alejarse de él. Vaya… Ahora entendía porque no tenía ojos para otro, la verdad era que desde que conoció al demonio sus aventuras amorosas habían cesado, hasta ser nulas. Los compañeros para los de su raza son difíciles de encontrar. Ahora que lo pensaba, ¿habría sido su madre la compañera de su padre? La verdad era que, no importaba que el Rakshasi la haya considerado compañera, si su madre no lo sentía así –como estaba claro que pasó- no tenía ninguna atadura con él. Su padre pudo seguir su vida, acostándose con cualquier otra, pero su mente y quizás su corazón, siempre le pertenecería a su madre.


Irónico, pero era exactamente lo mismo que le pasaba con Kamlot. No importaba si era su compañero, él no le pertenecía. Volvió a forcejar con los barrotes, ella necesitaba salir y saber si Kamlot, el idiota, estaba bien. Sintió la presión de su parte Rakshasi alzándose. Solamente esperaba que no se atacara ella misma una vez tomara el control.


-¿Magnatara? –Llamó a la pequeña que estaba dormida. Era realmente raro llamarse a ella misma.


-¿Qué pasa? –preguntó en un susurro, parpadeando par de veces. Mas antes de que dijera alguna palabra para explicarse, la niña estuvo de pie en un salto.- Tu parte Rakshasi va salir –no era una pregunta, sino un hecho.


-Es hora de salir de este maldito lugar. – Su voz ya sonaba diferente, pero no era el frío que acostumbraba como Rakshasi. Sus garras se alargaron y se afilaron. Los diminutos colmillos se afilaron en su boca. Lo que pasó después no se lo esperó nunca, sus alas salieron de su espalda, sin su consentimiento, haciendo que la pequeña Magnatara soltara un jadeo.


-No puede ser. ¡Han cambiado!- ¿Cambiado? Sus alas han sido del mismo color desde que nacieron en su espalda. Pero cuando aleteó para estirarlas, vio que era cierto. Sus alas siempre fueron color sangre, ahora tenían también plumas de color blanco perlado. ¿Su parte Rakshasi y ángel se habían fusionado? Esa sería la única explicación. Demonios, espero no aparecer y desaparecer con ese brillo de mierda. Sentía una extraña conciencia que no estaba allí cuando su parte Rakshasi tomaba el control. No sentía esa necesidad de matar a medio mundo, pero presentía que si era empujada hasta ello, nadie excepto Kamlot podría tranquilizarla. También sentía que podía acabar con un ejército entero, sin partirse una sola garra.


Se enfrentó a los barrotes y aunque tuviera que comérselos, saldría de aquel lugar. Pobre del que se interpusiera entre ella y su objetivo. Tomó un barrote en cada mano, haciendo tanta fuerza que abrió un agujero. Wow, simplemente wow. Ni en sus sueños más preciados ella se sentía capaz de hacer cosas semejantes. Sumándole al hecho de que pudo convertirse sin importar los hechizos que impedían que lo hicieran. Soy una jodida fuerza de la naturaleza. El pensamiento le hizo soltar una carcajada que se escuchó por todas las celdas.


-Sigue detrás de mí en todo momento. –Le dijo a la pequeña y salió al pasillo.


Todos los que estaban en las celdas se quedaron en silencio. ¿Ya no hay una frase para la chica que tomarían por puta si le dieran la oportunidad, huh? Salieron de la caverna sin ningún problema, para toda la consternación de la Rakshasi. Ahora que ella quería probar su nueva fuerza en batalla no había nadie con quien luchar.


Su yo pequeña salió de su espalda cuando estuvieron fuera y comenzó a caminar sin decir media palabra. Magnatara le siguió confundida.


-Has pasado tu prueba, Magnatara. –dijo cuándo se detuvo.


-No entiendo.


-Te has salvado a ti misma. No perdiste el tiempo en dudas si podías hacerlo o no. Este es el resultado, te has aceptado a ti misma como eres. –Era cierto, sin darse cuenta ella abrazó su lado ángel para poder hacer lo que hizo. De forma instintiva supo que su parte Rakshasi solamente no la iba a sacar de ese lugar, no cuando ellos eran muchos y ella estaba sola. Su lado ángel le daba una ventaja que ellos no tendrían nunca. Y yo que pensaba que era una prueba tonta.


-Sigue el sendero hasta el final, encontraras la salida.


Continuará....


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