viernes, 21 de agosto de 2015

Las protectoras de la noche, capitulo 3.



Viene de aqui


Raysa bajaba completamente furiosa las escaleras.

Hacía unos minutos Fritz había ido a su habitación por segunda vez para decirle que bajara al estudio porque  al amo Wrath le urgía hablar con ella.

—No señor. Nada parecido a: “¿Puedes bajar por favor? ¿No es molestia que bajes? Necesito hablar contigo”. De eso nada. “Al amo le urge que baje a su oficina” —soltó por último imitando la voz nasal de Fritz.

No llevaban ni veinticuatro horas de convivencia y ya la había sacado de quicio completamente más de una vez y apenas estaba controlando sus poderes. ¡Maldición!

Ya frente a la puerta estuvo a punto de golpear, cuando sonrió pícara y la tensión desapareció junto con su cuerpo, que se desmaterializó y reapareció frente al escritorio de un sorprendido Wrath.

—Los modales son algo que todavía no logra despertarse, ¿verdad? —preguntó molesto Wrath.

—Perdón —dijo Raysa sin asomo de sentir realmente la disculpa—. Como necesitabas verme con tanta urgencia no quise hacerte esperar más —le soltó mientras se inclinaba sobre el escritorio.

—Quiero que hablemos respecto a los horarios de entrenamiento —dijo sentándose derecho—. Tengo muchas otras cosas de las cuales ocuparme —finalizó mientras llevaba a cabo una lucha interna para no cruzar el escritorio de un salto y tomarla allí mismo.

Raysa miró sorprendida al macho.
Podría jurar que sintió algo raro en él cuando le soltó la última frase.
Deben ser ideas tuyas, tonta, se dijo para sí misma.

—¿No son ustedes los que mandan y nosotras las que debemos obedecer, amo Wrath? —lo tentó irónica.

—Raysa, hay dos maneras de tratar el asunto, por las buenas o por la malas —dijo medio sonriendo—. Tú eliges —soltó desafiante, mirándola a los ojos, viendo como ella luchaba internamente por no sentirse pequeña ante su mirada penetrante a pesar de llevar lentes oscuros.

Media casi un metro noventa, seguramente era casi tan alta como él, pero sin embargo la hacía sentirse pequeña y odiaba eso.

—¿Qué propones? —dijo sentándose en el escritorio.

Wrath mostró una sonrisa triunfal, pero enseguida volvió a ser el guerrero letal que siempre era.
Pero se sentía extraño estando con ella, Raysa lo hacía sentir de una manera que ninguna otra hembra lo había echo sentir.

Sacudió la cabeza a modo de alejar sus pensamientos y concentrarse en la situación.

—Me gustaría saber cuáles son tus habilidades —declaró secamente mientras por su cabeza pasaban imágenes de ella en su cama, bajo su cuerpo, de él saboreando sus labios, su cuello, atrapándolo entre sus largas piernas.-

Raysa lo miró y se paró bruscamente.
La había afectado demasiado verlo sonreír.
Además algo raro sucedía, sentía como si él estuviera soltando vibraciones muy raras.
Cada vez que se acercaba podía sentirlo. ¿Qué eran esas extrañas sensaciones? Venían de él, pero su cuerpo respondía de otra forma. ¿Qué rayos estaba pasándole?

¡Basta! Mantén la calma, se decía una y otra vez.
Sin embargo solo podía fijar la mirada en la boca masculina, en las enormes manos, si cerraba los ojos podía verlas recorriendo su cuerpo, acariciándola.

El piso se movió levemente y miró a Wrath enfadada.
Sus manos temblaban y trató de ocultarlas rápidamente antes de responder.

—En realidad tengo muchas habilidades, cielo, de verdad no sé por donde empezar —le dijo con una calma e ironía que estaba lejos de sentir.

—Quiero que aprendas a controlarlo —dijo enojado—. No quiero correr riesgos . No quiero que pase esto que está sucediendo ahora mismo —continuó—. Tu poder por algún motivo está fuera de control en este momento, ¿verdad? —finalizó enderezándose en la silla.

Ella se sobresaltó un poco ante la pregunta y por un momento se quedó sin saber qué responder. Entonces decidió llevar la conversación hacia otro lugar, uno donde sus sentimientos no estuvieran tan expuestos.

—Siempre tan correcto, siempre tan educado, siempre pensando en los demás. ¿Eres así realmente? Juraría que es una fachada. Nadie puede ser tan serio, nadie puede mantener tanto tiempo un comportamiento así sin explotar —dijo inclinándose nuevamente hacia él, mirándolo a la cara, buscando, insistiendo, tratando de encontrar un resquicio para poder descubrir las emociones del macho.

—Bajo mi responsabilidad está el que sobreviva o no una raza, son otros tiempos y te puedo decir que casi estamos cerca de la extinción. No tengo tiempo para juegos. No puedo darme el lujo de continuar con estas niñerías y tests de personalidad. Así que, ¿qué vas a hacer? —preguntó firme, serio y muy seguro de sí mismo—. Y por favor, no me juzgues sin siquiera conocerme. No sabes nada, absolutamente nada de mí.

—Tú lo hiciste conmigo, ¿por qué no debería hacer lo mismo? No sabes lo que pasé , no me conoces, pero de todas formas me juzgaste y te formaste una opinión solo porque soy una hembra. Te olvidas de que en mi época también pasamos tiempo difíciles y no había ningún macho allí que saliera a defendernos. Si la raza sobrevivió hasta ahora es gracias a mis hermanas y a mí. No te olvides de eso jamás —le gritó enfadada y dejando que el suelo vibrara cada vez más.

Wrath sentía que faltaba muy poco para que desatara totalmente su poder y necesitaba calmarla. Quería hacerlo, quería calmar el dolor de la hembra con sus caricias, con su cuerpo, hacerle olvidar todo lo que la lastimara, hasta que solo quedaran ellos dos.

—Entonces comencemos desde cero —dijo de la manera más suave que pudo, consciente más que nunca de lo que ella podía hacer.

—¿Me tienes miedo verdad? —Le dijo sonriendo, más tranquila—. Tienes miedo que dañe tu preciosa casa, a tus guerreros ideales…

—No, Raysa —la interrumpió.

Wrath se puso de pie y caminó hasta donde estaba ella.

—No te tengo miedo —dijo suavemente acariciando su mejilla y rozando suavemente sus labios, tan sorprendido como ella de estar teniendo un contacto tan íntimo como una caricia, gesto que nunca había compartido con nadie—. Sólo quiero un poco de paz —dijo esto último en un murmullo mientras se acercaba un poco más dejando sus bocas a escasos centímetros.

Sintiendo su aroma, tan suave y delicado, todo lo contrario a lo que esperaba de una hembra que había vivido casi toda su vida peleando.

Por un interminable momento se quedaron así.
Un aura de deseo los envolvía y se resistía a dejarlos ir.

Raysa jadeó sorprendida ante el contacto y se alejó como si la hubiera quemado.
Su rostro sentía aún el roce de los largos dedos, sus labios ardían pidiendo a gritos ser besados.

—No me pidas, guerrero, algo que jamás he conocido —le dijo con un susurro.Se aclaró la garganta y más firme dijo— Entrenaremos cuando me lo digas, elige los horarios. Esta vez ganaste, pero no te acostumbres, no suelo ceder tan fácilmente, Wrath.

—No es la idea —dijo despreocupado—. Luego del desayuno comenzaremos. Ahora puedes ir a descansar —dijo sin mirarla a la cara, mientras aprovechaba a observar lo ultimo que quedaba de la noche y tratar de descifrar lo que le pasaba realmente con esa hembra.

Raysa suspiró brevemente y antes de salir dijo:

—¿Wrath? Una cosa más.

—Te escucho —dijo mientras continuaba tercamente dándole la espalda.

No quería ver cuando se marchara, porque si se daba vuelta la atraería hacia sus brazos, y no la dejaría ir hasta que ambos estuvieran saciados por completo. Sentía como burbujeaba su sangre, quería beber de ella y que ella tomara de su vena, era un deseo tan primitivo que sacudió hasta lo más profundo de sus sentimientos.

Si Wrath hubiera prestado más atención habría notado el cambio en la voz de la hembra.

—Nunca más vuelvas a tocarme —dijo dolorida y desapareció de la habitación.

Wrath no sabía que le había pasado, jamás había actuado así con nadie. Abrió y cerró la mano, aún le ardía, aún tenia la sensación de la suave piel en contacto con la suya.

Maldición. Quitate la maldita hembra de la cabeza, estas destinado a otra cosa y ella jamás sería parte de tu mundo.
Si se dejaba llevar por impulsos tontos terminaría mal.

Definitivamente venían tiempos complicados, se dijo a sí mismo.


Leliel, no podía tener la cabeza tranquila desde que la Virgen Escriba la había despertado. Ni siquiera el baño la había calmado. Definitivamente, no iba a cambiar más. Siempre necesitaría de una buena pelea para calmarse.

Salió de la habitación, pasó frente a la habitación de Raysa y no la sintió en ella.

—Seguramente debe estar peleando —dijo divertida.

Pero toda diversión se esfumó cuando pasó por la habitación de Kytara. Podía sentir su angustia y tristeza.

Entonces le vino a la mente aquel día cuando tuvieron su primera batalla importante. Estaban las cuatro solas y se juraron salir vivas de todas las batallas que tuvieran que enfrentar.
Fue un juramento de sangre, un pacto, y mediante esa unión enlazaron sus vidas, lo que les permitía sentirse entre ellas, saber que le sucedía a cada una y si se encontraban en peligro. Estuvieran cerca o lejos, alguna de ellas, sino todas, acudirían en ayuda de la hermana que estuviera en dificultades.

Llamó a la puerta y luego entró.

—¿Qué haces despierta tan tarde? —dijo mientras se sentaba en un sillón.

Kytara se recostó en los almohadones que adornaban una enorme cama.

—No puedo dormir, es todo tan raro en esta época. ¿Por qué tenemos que aceptar órdenes de estos machos, Fuego?-

—Supongo que las cosas no cambiaron mucho, recuerdo que antes ningún macho nos dirigía la palabra por creer que éramos extrañas —dijo mientras jugaba a hacer malabares con algunas llamas—. Es todo un logro que nos insultaran —dijo riéndose—. Aunque particularmente prefiero la indiferencia.

Aire le sonrió, era verdad. Recordaba como los machos en la antigüedad las miraban como si fueran bichos raros.

—Fuimos las primeras guerreras, las primeras en proteger nuestra raza. No éramos como las sumisas elegidas o las copetudas de la glymera.

—Por Dios —hizo una mueca de asco—. Eso jamás… Prefiero ser confundida con un macho a ser una hembra criada para solo traer hijos al mundo —había un halo de tristeza, sabía mejor que nadie lo maldita que estaba y se había jurado mucho tiempo atrás no engendrar hijos. Además de que jamás había tenido un celo y por lo tanto no creía que pudiera tenerlos, no quería pasar la maldición a alguien más—. No me imagino lo que será ahora mismo la glymera… y la cara que van a poner al vernos —dijo muy emocionada.

—En verdad, no me interesa, lo único que quiero es pelear, hace tiempo que dejé de ser uno de ellos. Recuerda que nos dieron la espalda cuando más los necesitamos —replicó con odio Aire.

Leliel asintió en forma distraída.

—¿Cómo será todo ahora mismo? —Preguntó mirando por la ventana.

—No lo sé, hermana, todo es tan distinto. ¿Y si cambiaron? —Miró hacia Fuego, esperando que esto fuera verdad.

—No lo creo —dijo Fuego, dándose vuelta para mirarla—. No lo creo. Ellos no nos aceptan, ¿qué nos queda esperar de la glymera o de lo que queda de nuestra raza? —Se contuvo de hacer un fogón en medio de la habitación—. ¿Para qué demonios nos despertó la Virgen Escriba? ¿No bastó con todo lo que nos jodieron  entonces? —Dijo molesta caminando de un lado a otro.

—Eso es lo que más me molesta —comentó Aire levantándose de la cama—. Al fin y al cabo nos dijo: “Nuestra raza esta en peligro se las necesita. ¡¡¡Buuuu!!!” —imitándola con vos fantasmal y acompañando el comentario con un aire escalofriante que jugó con las cortinas de la ventana.

Leliel dejó escapar una carcajada.

—Bien, me voy. Tengo intenciones de buscar algo que golpear para no terminar incinerada. Es muy doloroso cuando me ocurre y lo que me consuela es que para los lessers que están a mi alrededor es mortal —dijo divertida, ocultando su molestia.

—Seguro, sobretodo para esos angelitos, que terminan como pollos chamuscados. Suerte, hermana, yo trataré de encontrar mi sueño —Kytara se rió—. Parece que cinco siglos no fueron suficientes.

—Hasta mañana —dijo mientras cerraba la puerta y se encaminaba por el pasillo en busca del gimnasio.

—Hasta luego —dijo Aire y fue corriendo hacia la puerta, abriéndola—. Y cualquier cosa solo llama… —pero Fuego ya había desaparecido.

Se dio la vuelta y regresó a la comodidad de la cama, tratando de encontrar la paz que le habían quitado.

Leliel llegó rápidamente al gimnasio.

—Me niego rotundamente a entrenar con otro hombre —decía mientras se desquitaba con un saco de arena.

Hacía más de media hora que estaba entrenando, o descargándose. Muchas imágenes de su pasado habían invadido su mente cuando apoyó la cabeza en la almohada y por más esfuerzo que hizo no logró dormirse. Así que luego de un buen rato de vagar por la habitación había salido en busca del gimnasio, pero antes se había entretenido con su hermana para luego seguir su camino.
No podía quitarse de la cabeza ni la imagen, ni las palabras de su último entrenador…

—Leliel, eres débil —dijo tirándola al suelo sin miramientos.

Llevaban más de una hora entrenando y ella sentía que pronto iba a desfallecer, lo cual era bueno porque hacia tiempo que lo esperaba.

—Así no podrás defender a nadie. Ahora entiendo por qué te abandonaron tus padres —dijo él mientras le asestaba golpe tras golpe.

Esas palabras habían hecho que ella hirviera de furia y con el simple roce de su mano, el vampiro estuvo envuelto en llamas.

—¡Bruja! ¡Maldita bruja! —Gritaba mientras se revolcaba por el suelo intentando apagar el fuego—. ¡Estás maldita! ¡Jamás nadie te va a ayudar! —dijo el vampiro antes de convertirse en cenizas.

No había sabido que hacer. Ese día se dio cuenta de que su maldición iba más allá de quemar a la gente si la tocaba cuando estaba enojada, también podría matar a alguien con tan solo el roce de su piel con la del otro. Al final sus padres habían hecho muy bien en abandonarla, no era un vampiro común, era un monstruo.

Leliel abrió grandes los ojos cuando llegó a esa conclusión, estaba sorprendida por lo que acababa de decirse a si misma: Era un monstruo. De repente el saco de arena fue envuelto por una llama ardiente y Leliel se quedó paralizada por el miedo.

—Tengo que salir de aquí —dijo en un susurro.

Hacía unos minutos que Rhage había entrado al gimnasio y estaba sorprendido por la escena con la que se había encontrado.

Leliel estaba teniendo una dura pelea con el saco de arena y era perfectamente evidente que el saco llevaba todas las de perder. Le parecía admirable como se movía la hembra, tenía estilo, se dijo, era completamente letal en sus movimientos y aún así no perdía su femineidad y lo encontró sumamente excitante. Se paralizó por un instante y se sintió vulnerable ante esos pensamientos.

Leliel quedó sorprendida al ver ahí al macho que sería su entrenador. No le había prestado atención cuando la Virgen Escriba las dejó en la mansión. Debía admitir que el guerrero era pura belleza, por demás atractivo. Su cabello rubio estaba corto atrás y algo más largo al frente. Los ojos azules de mirada intensa podían dejar a cualquier mujer con las defensas bajas y mucho más sentirse intimidada ante su dos metros diez de altura.

Sacudió la cabeza intentado alejar todo pensamiento y volvió a esconder sus sentimientos bajo esa actitud agresiva y sarcástica que siempre mantuvo con extraños.

Rhage continuaba mirándola fijamente sin decir palabra.

—Discúlpame —dijo mientras señalaba con la mirada los restos del saco de arena que yacían en el suelo—. Definitivamente como podrás ver soy un peligro para ustedes. Pero no deben preocuparse, voy a marcharme de aquí. No tiene sentido alguno que ponga en peligro a todos —dijo tratando de no mirarlo.

—Tienes que aprender a controlarlo, de otra manera te puedes lastimar. Entiendo lo que te pasa más de lo que te imaginas. Digamos que convivo con algo similar todos los días, por eso consideraron que sería una buena idea que te entrenara —dijo mientras sacaba de un bolsillo un chupetín para llevárselo a la boca.

Leliel intentó no seguir el movimiento, pero el macho tenía unas manos hermosas, grandes, fuertes, de dedos largos y ágiles. La mirada femenina quedó momentáneamente fija en la boca de Rhage. Una boca que prometía besos ardientes, unos labios que le encantaría que se deslizaran por su cuerpo.

¿Que diablos me sucede?, se preguntó a sí misma, molesta por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Jamás se había interesado por tener contacto con ningún macho, nunca se había sentido atraída, y menos aún con tanta fuerza.

—No necesito ayuda de nadie —habló con tono soberbio mientras trataba de borrar sus anteriores pensamientos—. Siempre me las pude apañar sola, por lo que no necesito de tu ayuda. Si pude sobrevivir durante mis días de batallas, creo que puedo hacerlo ahora mismo. Y no me digas que debo hacerlo porque la Virgen Escriba lo manda, porque me tiene sin cuidado lo que diga o deje de decir —Leliel se paró al lado de Rhage, y a pesar de que era alta, el guerrero lo era más—. Si me disculpas me voy a dormir, tanta plática sin sentido me agotó —intentó pasar rápidamente a su lado y salir, pero él fue más rápido. La tomó suavemente de la muñeca, que estaba cubierta por sus guantes, y se colocó frente a ella, intimidándola con su altura y su físico.

Leliel no había notado que la temperatura que hace minutos atrás iba a llevarla a convertirse en cenizas ahora había bajado considerablemente cuando tuvo contacto con Rhage.

Él también estaba sorprendido, no porque nunca hubiera tocado a una mujer, sino porque en su mente sola rondaba la frase “Quiero que seas mía”.

La observó con una mirada hambrienta.

Rhage estiró la mano para acariciar la delicada piel de la guerrera. ¿Quién hubiera pensado que esa hembra había estado en cientos de batallas siglos atrás? Apretó fuerte los dientes al sentirla suave como la seda pero caliente como las brasas, y eso hizo que se preguntara si aquella temperatura sería normal en ella. Si todo su cuerpo sería igual de delicado y suave, y sin embargo, fuerte a la vez.
Se puso tenso de solo pensarlo. Sentía un deseo tan intenso que no podía ni quería aplacar de otra manera más que haciéndola suya.

Ninguno supo quién había dado el primer paso. Poco a poco fueron acortando distancias hasta que sus cuerpos estaban pegados, el cuerpo de Leliel era uno con el cuerpo de Rhage. Ninguno se dio cuenta de que la temperatura de la habitación había subido considerablemente, ni mucho menos que los cabellos de ella eran completamente rojos sin dejar rastros de su rubio original.

El guerrero inclinó la cabeza acercando su boca a la de la hembra sin detenerse hasta sentir el roce de sus labios. Rhage cubrió con hambre y pasión la boca femenina, la devoraba como si fuera el manjar más exquisito.  Mordisqueó suavemente sus labios. La sintió jugar con su lengua. Dentro de sus bocas se desató una batalla por ganar territorio, ninguno de los dos dio tregua.

Leliel sintió que todo su cuerpo reaccionaba

Entonces se separó bruscamente.

Rhage notó como la confusión surcaba su rostro antes de que pudiera disimularlo.

¡Demonios!, se dijo. Estaba hermosa, si no la hubiera visto por sí mismo, hubiera pensado que era imposible que se viera más bella, pero mirándola ahora con las mejillas rosadas y los labios hinchados por su beso, la respiración acelerada…

Una sonora mano se estrelló en su rostro sacándolo sorpresivamente de sus cavilaciones, haciendo girar su rostro por la fuerza del golpe.
Enfocó la vista nuevamente en ella, que lo miraba fijamente.

Leliel estaba completamente confundida y asustada ante lo que había ocurrido recién. Ocultó esas emociones tan intensas dejando solo a la vista el enojo.

—Jamás vuelvas a tocarme —dijo furiosa, mientras sentía como de sus manos brotaban chispas de fuego a pesar de llevar los guantes como precaución.

Lo empujó hacia atrás y con ese toque le grabó una quemadura de alto grado en su pecho, y salió casi corriendo del gimnasio, dejando al macho totalmente confundido.

Rhage se miró el pecho, sorprendido por la herida causada. No era grave, en unas horas sería historia. Sacudió la cabeza sin terminar de comprender lo que había pasado.

Sacó un chupetín de su bolsillo y salió sonriente del lugar. Podía costarle mucho o poco pero aquella guerrera sería suya y de nadie más.

Él sería quien domaría a esa fiera.

Continua aqui

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