sábado, 12 de diciembre de 2015

Las protectoras de la Noche. Capítulo 16.






CAPÍTULO 16




Kytara no cabía en sí de gozo. Desde que había estado con Butch, se sentía otra.

Lo peor había sido cuando sus hermanas se dieron cuenta. Mejor dicho, cuando sintieron el olor de la vinculación.

Tarde o temprano se iban a enterar, otra vez ese escalofrío, lo sentía cada vez que pensaba en la reacción de la Virgen Escriba, sabía que estaba condenada, se merecía un castigo. Lo que la extrañaba era que todavía no la hubiera mandado a llamar. Y era mejor no tentar a al destino.

Iba al gimnasio donde se había olvidado el mp5. Sin su música no podía estar un segundo, la ayudaba a despejarse, pero con Butch alrededor se olvidaba hasta de si era de noche o de día.

El primer entrenamiento, si se lo podía llamar así, después de estar juntos, fue una lucha entre, dejar de besarse, y pedirle por favor que dejara las manos quietas y que se concentrara en la clase, a lo que él respondió llevándola a los vestuarios. Era incorregible… Pero no cambiaria nada de su manera de ser.

¡Joder! Y desde esa vez, llegaron a un acuerdo: Los juegos para las habitaciones, y en los horarios de cacería y entrenamientos nada de besos, para no terminar cocinados por los lessers.

Empezó a sonar su móvil… llamada de Butch.

—¡Hola, pequeña! —su voz era música para sus oídos.

—Hola, guerrero, ¿qué necesitas?

—A ti, desnuda y en mi cama o en la tuya. En la que te quede más cerca.

—Butch, dijimos que nada de juegos, tenemos que salir de caza.

—Pero nos vendría bien para despejarnos —dijo imitando a un chico al que han dejado sin su juguete preferido.

—No, Butch. Por favor, compórtate —dijo regañándolo—. ¿Dónde estás?

—En el despacho Wrath, me mandó a llamar junto con los demás, ¿y tú?

—En el gimnasio, olvidé algo. ¿Dentro de dos horas nos vemos?

—Dalo por hecho, pequeña.

—Bye.

Sin darse cuenta, ya estaba en el gimnasio. Lo empezó a recorrer con la vista, tratando de encontrar el aparato. Al verlo fue hacia el, pero en el momento en que lo iba recoger sintió un escalofrió, su sexto sentido la puso alerta. Lessers. Era imposible, el sistema de seguridad de Vishous era infranqueable. Pero entonces, ¿qué era?

—Kytara.

Se dio la vuelta, pero acompañando el movimiento sacó su daga y la apuntó al intruso. En cuestión de segundos se la había apoyado en la garganta, solo necesitaba un movimiento en falso para degollarla.

—¿Quién eres? Y no me mientas.

—Soy Sheila, una elegida. Me envía la Virgen Escriba, con un recado para su señora.

Oh dios… no.

La soltó, mirándola. Sí, era una elegida, no cabía duda, su vestimenta y su forma de dirigirse la proclamaban como tal.

—¿Y cuál es? —Todavía no había guardado la daga, clara señal de defensa contra ella, o más, bien el mensaje.

—La espera a usted y a sus hermanas en La Tumba. Dijo que usted lo estaba esperando.

Si lo esperaba, sabía que tarde o temprano llegaría. La había desafiado y ahora tenía que pagar las consecuencias de sus actos. ¡Maldición!


Las cuatro se encaminaron juntas con sus túnicas blancas, las mismas con las que habían despertado, hacia la piedra negra. Ninguna de ellas quería estar allí, sabían de qué se trataba.

Cuando fueron acercándose la vieron. Con su tradicional manto negro cubriéndola completamente, se alzaba la Virgen Escriba, aguardando. Fue la primera que habló.

—Guerreras —lo dijo en forma de saludo.

Se fueron alineando una al lado de la otra, completamente cubiertas y en una perfecta sincronización hicieron una reverencia.

—Su santidad —dijeron al tiempo.

Las miró una a una, así cubiertas y en esa posición eran iguales pero ella sabía quien era quien.

Mirando a la última, la llamó.

—Kytara, acércate.

Esta se levantó y avanzó hacia ella, en ningún momento levantó la cabeza. [i[¿Ahora quieres clemencia?[/i], pensó.

—Kytara, antes conocida por el nombre de Aire, hija de Kasim con la elegida Shanna, fuiste convocada para sufrir el castigo por tu falta hacia mí y hacia la causa por la que tu madre se sacrificó.

Se escucho un no. Una de las hermanas había protestado, pero al ver que Kytara no se defendía, se calló.

—Sí, Su Santidad —tarde o temprano tenía que pasar.

—Por tu osadía, serás castigada con sesenta latigazos dados por las hermanas.

Tenía que reconocer que tenía miedo. Era la primera vez que iba a ser castigada. Jamás le habían pegado, ella era la que daba los golpes. Se juró en ese momento resistir y la maldita perra sagrada no la iba a escuchar gritar, se quedaría con las ganas.

Kytara ya se encaminaba hacia la gran piedra negra donde estaban escritos los nombres de los guerreros, entre los que se encontraba el de su padre, con el del hombre que amaba. Sangraría por amor como lo hizo su madre.

Cuando se estaba quitando la túnica, la Virgen Escriba la detuvo.

—Espera, bájatela sólo hasta las caderas, los hermanos no tienen que ser testigos de tu deshonra.

¿Los hermanos? No podían estar aquí. Dios, que Butch no esté, rogó en silencio.

—Disculpe, Su Santidad, pero no entendemos por qué ellos tienen que presenciar esto —Leliel habló con total autoridad, ella nunca se iba por las ramas y tenía que darle crédito, todavía no se había consumido en llamas. Conociéndola, ya debería haber incendiado casi toda La Tumba—. Ya es suficiente que tengamos que ser partícipes de esto, para tener más testigos —no disimulaba nada la rabia que sentía hacia esta injusticia.

Se escucharon unos pasos y todas se dieron vueltas para verlos acercarse. Venían en fila, vestidos en túnicas negras, cubiertos desde la cabeza a los pies. Eran un espectáculo intimidante. No se podía distinguir los rostros, pero estaban los cincos. Butch.

Cuando llegaron hasta ellas, se colocaron detrás de las tres guerreras que quedaban, e iguales que ellas saludaron a la Virgen Escriba.

—Hermanos. Están aquí para ser testigos del castigo que recibirá la guerrera Kytara.

Ahora fue el turno de ellos de quedar atónitos, pero el primero en soltar una queja fue Butch, al quitarse la capucha que le cubría una parte de la cabeza.

—¡No! —Soltó en medio de un rugido. Nadie la iba a tocar.

Wrath puso una mano sobre su brazo, para que se quedara quieto y no saltara hacia la plataforma. Con una mirada le pidió paciencia.

—Mi señora, quisiéramos saber cual fue la falta cometida por la hermana —pidió humildemente Phury, ya que estaba totalmente en contra de ese castigo.

—¿Por qué no se lo preguntas al bastardo de tu amigo? Él lo debe saber —le escupió Nessa. No sabía con quien estaba más enojada, si con el poli o con Aire. ¿Por qué fue tan estúpida de entregarse a él?, pensó con dolor. Entonces, sintió la mirada de Zsadist sobre ella. Su rostro no demostraba nada, como siempre.

—Kytara ha cometido una falta contra un juramento sagrado, al que fue concedida, y por ello recibirá sesenta latigazos —dijo la Virgen Escriba y con eso puso silencio a la discusión que estaba a punto de empezar en su presencia.

Todos se quedaron callados.

—Raysa, antes conocida por el nombre de Tierra, toma el látigo y aplícale veinte latigazos a tu hermana.

Raysa tenía los ojos llenos de lágrimas, no lo quería hacer, tenía el cuerpo paralizado.

—No voy a ser participe de esto, Su Santidad. Mi hermana se entregó por amor.

—¿Te atreves a desobedecerme guerrera? Tómalo o recibirás el doble que Kytara —la Virgen Escriba estaba ya alterada, no entendía que pasaba con todos ellos, ni desde cuando se habían vueltos tan irrespetuosos hacia ella. Con tan solo un movimiento de su mano la empezó a asfixiar. ¿Quién se creía que era?—. No volveré a dar la orden, ¡toma el látigo, Raysa!

Un no estrangulado salió de sus labios. Wrath ya no soportaba el maltrato hacia la guerrera. Como todo macho vinculado saltó en su defensa.

—Yo tomaré su lugar, Su Santidad.

A su lado, estaba Butch insultándolo, siendo sostenido por Vishous y Rhage, que a duras penas lo estaban logrando.

De repente, Raysa volvió a respirar normalmente. Sus ojos no podían creer lo que veían. Wrath tomó el látigo colocándose detrás de Kytara, si llegaba a golpearla jamás se lo podría perdonar. Una lágrima rodó por su mejilla.

Cuando le iba a dar el primer latigazo, Butch se soltó del agarre de sus hermanos, saltando hacia Wrath. De un manotazo, le quitó el látigo de la mano. Estaba ciego de furia. Fue hacia Kytara, pero una fuerza invisible lo detuvo.

—¿Qué crees que estas haciendo, Dhestroyer? —Habló la Virgen Escriba.

—Deteniendo esta locura. Kytara no es culpable de nada. Si alguien tiene que ser castigado, seré yo —trató de luchar contra ese agarre, pero no podía.

—¡No! —Grito Kytara dándose vuelta, tratando de caminar hacia él pero le pasó lo mismo, algo la detuvo. Sus ojos cambiaron a violeta, estaba luchando contra eso—. No voy a permitirlo, yo cometí la falta, no tú.

—Me importa un demonio, Kytara, y grábate en la cabeza que no permitiré que la pequeña figura vestida de negro te haga ningún daño.

—Por favor, Butch. No lo hagas más difícil —trataba por todos los medios de acercarse, pero no podía contra el agarre de la Virgen Escriba. Ni sus poderes podían ayudarla.

Todos eran mudos testigos de esa escena. Nadie decía nada, pero contemplaban el amor que se tenían, la una dispuesta a dar la vida por el otro y el otro dispuesto a recibir el castigo. La vida nunca iba a ser justa y todos lo sabían.

—Butch, ¿tomarías el lugar de Kytara, y recibirías el castigo por ella? —El que habló fue Vishous, odiaba verlo así, pero era una alternativa para que todo terminara en un grado de paz.

—Sí —lo dijo con total convicción. Daría su vida por ella, por su shellan.

—Entonces que así sea —dijo la Virgen.

Y en un segundo Butch tomó su lugar y Kytara fue trasladada a los brazos de sus hermanas que la rodeaban, protectoras.

No podía creer este giro del destino. ¿Por que la Virgen Escriba lo hizo tan simple? Parecía como si fuera lo que esperaba desde el principio, ¿pero por qué?

Uno a uno, fueron dando los latigazos a Butch, hasta las hermanas.

Raysa parecía que pedía perdón por ese acto, Leliel trataba de disimular y Nessa directamente le azotaba la espalda a Butch. Para ella el culpable era él y tenía que pagar.

El último turno era de Kytara. Fue como si el tiempo se detuviera. Tomó el látigo y miró la espalda ya totalmente marcada de su guerrero. No podía hacerlo, no podía lastimarlo, porque al hacerlo, sería como golpearse ella misma. Cada uno de esos latigazos que recibió, ella los había sentido en el alma. Jamás se lo podría perdonar, por querer ser libre de una sentencia, condenó a un ser amado por ella.

—No puedo, Butch —susurró su nombre pidiéndole perdón.

—Hazlo, pequeña, no es nada.

Una lágrima corrió por la mejilla de ella.

—Deja el látigo, guerrera, ya fue suficiente —dijo la Virgen, por primera vez hablaba desde que el castigo comenzó—. Hermanos, tomen al hermano y márchense con las hermanas. Tú, Kytara, cuidarás de él —dicho esto, desapareció.

Kytara no entendía nada. ¿Qué había dicho? Pero no importaba, corrió hacia Butch antes que este se desplomara contra el suelo, colocó su cabeza sobre su regazo, boca abajo, haciéndole soltar un suspiro.

—Mi pequeña, ¿estás llorando? —Preguntó entre susurros.

—No, es una basurita, tonto —en verdad estaba sollozando. Pero no quería que supiera cuanto había sufrido por él, sintiéndose culpable de todo eso.

—Mentirosa —le dijo, y se desmayó.

Los hermanos se acercaron para tomarlo en brazos. Rhage iba a seguir a Leliel, pero Vishous se interpuso con su brazo e hizo señas. Al ser el más fuerte, se encargó de la tarea de llevarlo hasta el coche. No hizo falta decir que Kytara iría con ellos.

Nessa y Raysa habían decidido desmaterializarse directamente a la mansión. Ya tendrían tiempo de preguntarle a Leliel sus razones para haber huido.

En el asiento trasero del auto, Kytara iba acariciando el cabello de Butch. Lo habían colocado boca a bajo, para que las heridas no le molestaran.

—Te amo, Butch —murmuró dándole un suave beso en sus cabellos.

—Díselo cuando despierte —comentó Vishous.

Todos iban callados, ya que había sido una experiencia muy fuerte lo que habían vivido en el templo.

—Lo haré —dijo muy segura de ella misma. Habían desafiado juntos a la Virgen Escriba y habían salido vencedores.

Vishous miro por última vez a los amantes. En el fondo siempre había sabido que ella lo protegería, tenia que ser así.


Cuando llegaron a la mansión, Kytara los guió hacia su habitación. Ninguno de los hermanos protestó o dijo algo, ya que sabían de sobra que el poli lo querría así.

Pero antes de retirarse, Vishous se dirigió hacia ella y le dijo:

—Cualquier cosa que necesites...

No lo dejó terminar la frase.

—Lo sé, V, y gracias.

—Quiero que sepas, guerrera, que no estoy de acuerdo con lo que se hizo a Butch. Pero lo comprendo.

—No esperaba menos de ti, y por eso te respeto.

Vishous le hizo un gesto con la cabeza y se retiró cerrando la puerta.

Kytara no perdió el tiempo y fue hacia Butch, su espalda estaba cortada en jirones, y tenia una buena cantidad de sangre seca. El proceso de curación iba a ser doloroso, pero ella se encargaría de que fuera soportable.

Fue hacia el baño y tomó unas toallas a las que humedeció, sacando aparte medicamento y gasas para las curaciones.

Cuando volvió, se colocó detrás de él, con la toalla le fue limpiando muy suavemente las heridas, por cada toque, el cuerpo del guerrero daba un salto y soltaba un gruñido. Todavía no había abierto los ojos. Después de terminar de limpiar la espalda, le puso los medicamentos que le harían bien a las heridas, cubriéndolas con gasas.

Su guerrero, ella lo cuidaría. Le acarició los cabellos tan suaves, recorriendo su mejilla, luego su mandíbula que tantas veces había besado, y por último su brazo, que estaba doblado debajo de su cuerpo.

Todavía tenía la túnica puesta. Con un movimiento de la mano convocó al aire y con su ayuda se la quitó, dejándolo desnudo sobre la cama.

Viéndolo bien arropado se dirigió hacia el baño, para darse una ducha. Cuando se quitó la túnica y se metió bajo la ducha, recordó cada momento vivido, cada latigazo que recibió en su lugar, sin darse cuenta que las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. Él no se merecía eso, había sido tan bueno con ella, tan considerado. Dios, ¡cuanto lo amaba!

Y ya no quedaron dudas, Butch la amaba. No le alcanzaría la vida para agradecerle lo que había hecho por ella. Y se juró jamás volver a dudar de él.

Lloró durante mucho tiempo, hasta que ya no le quedaron más lágrimas. Entonces, envuelta en una toalla, volvió junto a Butch. Se acostó a su lado, tomando su cabeza, la apoyó sobre su pecho, comprobando su comodidad y la de ella. Apagó con ayuda de su mente las luces y corrió las cortinas. Con la quietud del amanecer se durmió.



Era una noche un poco fresca para esa época del año en que se encontraban. Aún así, Zsadist se encontraba en los jardines de la mansión. Faltaban sólo un par de horas para el amanecer y se dirigía hacia uno de sus lugares favoritos.

Se trataba de una pequeña cascada que caía a un estanque, perdida en alguna parte de esos inmensos jardines. Era un lugar lleno de calma, una especie de santuario para él. Pero nunca lograba calmarlo del todo.

De todos modos, esa noche había sentido una gran necesidad de dirigirse hacia allí.

Había sido una noche terrible. Los sucesos vividos en La Tumba lo habían inquietado demasiado, apenas si había contado con la fuerza necesaria para sujetar el látigo con el que tenía que golpear a su hermano.

Se sentía inquieto, con mucha energía contenida que no había podido liberar, pero no tanto como otras veces. Pero solo había querido dirigirse allí. Nada más.

Una suave brisa sopló, trayéndole el aroma del agua y el sonido de esta cayendo por la cascada.

Atravesó los últimos árboles del bosquecillo, hasta llegar al fin al claro. Todo allí brillaba bajo la luz de la luna.

Se acercó al pequeño estanque y se acuclilló en sus orillas. Estuvo un largo rato observando el reflejo de la luna en la superficie del agua. Su color plateado como el acero le recordaba unos ojos. Un par de ojos que observaban a su gemelo, aunque también lo observaban a él, le había dicho, cosa que lo sorprendía. Pero lo que más sorpresa le causaba, era darse cuenta de cuanto había estado observando esos ojos. Los había visto llenos de alegría y diversión, en especial cuando estaba con sus hermanas; había visto preocupación en ellos, también en sus hermanas; llenos de precaución, cautela y desafío, como en la primera reunión; los había visto brillar de expectación durante las luchas en las calles y crudos de dolor y rabia en La Tumba. Y muchas veces fijos en él. Eso no era bueno, lo último que necesitaba era llamar la atención de una hembra.

Suprimió un escalofrío al recordar brevemente al ama.

Pero lo que menos le gustaba de esos ojos era que le gustaba tenerlos sobre sí.

Ése, era un pensamiento de mierda, en más de un sentido. Era malo porque significaba anhelar algo sumamente lejano y a lo que no tenía ningún derecho; y también porque significaba que algo andaba mal en él.

Bien, en realidad, todo andaba mal en él, pero ese deseo en particular se colocaba a la cabeza de la lista.

Una hoja cayó al agua, distorsionando el reflejo de la luna y sacándolo de sus cavilaciones. Lentamente, estiró una mano y tocó la superficie del agua.

Un ruido como algo emergiendo del agua se escuchó. En un ágil movimiento, Zsadist se puso de pie, en posición de ataque y desenfundó una de sus dagas. Se quedó de piedra al ver el torso que asomaba a la superficie del estanque.

—¿Zsadist? —Preguntó con una suave voz.

Nessa estaba allí, flotando, con su suave piel brillando por las gotas de agua que aún rodaban por ella, al igual que su cabello, que a pesar de estar empapado, seguía perfectamente rizado.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Le preguntó ácidamente.

—Tomo un baño —le respondió tranquilamente—. Ya puedes guardar eso —señaló su daga.

Sin hacerle caso, volvió a acuclillarse, mientras lanzaba su daga y la volvía a atrapar.

—Para eso están las duchas de la casa.

—Oh, vamos, necesitaba un baño con agua de verdad, no con eso que cae de esas regaderas de metal.

Formó una cuenca con sus pequeñas manos y tomó un poco de agua en ella. La acercó a su rostro, la olió y sonrió, como si fuera altamente satisfactorio. Luego, dejó caer el agua de poco, escuchando atentamente el sonido que hacía, como si fuese la melodía más hermosa del mundo.

—Este lugar es casi mágico —dijo, mientras acariciaba la superficie del agua, como si de un amante se tratara.

Fue en ese momento que Zsadist recordó que ese estanque no tendría más de un metro de profundidad, y eso sólo en su centro. Ella estaba a centímetros de la orilla.

—¿Dónde está el resto de tu cuerpo? —Le preguntó extrañado.

Eso fue, realmente, una mala cosa. Al hacer esa pregunta, no pudo evitar fijarse en la parte del cuerpo de ella que sí era visible. Su rostro ovalado, el fino cuello, los hombros como de marfil, el nacimiento de sus senos. Al llegar a ese punto pudo sentir como un extraño calor se extendía por todo su cuerpo, para concentrarse finalmente en su entrepierna. Desvió la mirada hacia la cascada, que se encontraba a su izquierda.

La hembra, al darse cuenta del escrutinio, se sumergió aún más, dejando visible solo su rostro, mientras el resto desaparecía. Un suave rubor cubrió sus mejillas.

—Esto… —tuvo que aclararse la garganta—. Olvídalo —le dijo por fin.

—Fundido —le respondió con voz suave a causa del bochorno.

—¿Fundido? —La confusión hizo que volviera a mirarla, y al hacerlo, deseó que ella volviera a emerger. Supuso que la siguiente cosa que debería hacer era meter la cabeza en el agua durante una hora.

—Sí, fundido. Ya sabes, con el agua. Es parte de mí —dijo con voz vacilante mientras lo miraba a los ojos con decisión.

Aunque pareciera increíble, esa expresión hizo que su miembro se pusiera aún más duro. Gracias al cielo, la posición en la que estaba ocultaba la evidencia de su deseo.

Asintió brevemente y continuaron observándose un largo rato, ella perdida en su propias cavilaciones, él maldiciéndose por no largarse de allí en ese mismo instante. No podía negar que algo en él reaccionaba cada vez que estaba con ella y no entendía el por qué. Cada vez que salían a patrullar las calles, no podía evitar quedarse observándola embelesado, tal era su gracia asesina. Y así mismo, no podía impedir que una furia negra se alzara en él cada vez que la golpeaban. Pero había algo que sabía con certeza, y era que nada bueno podía salir de todo eso.

Fue ella quien rompió el silencio.

—Hoy a sido una noche difícil.

—Lo sé —le escupió.

—Y sin embargo la luna brilla tan pura y brillante...

Zsadist levantó la mirada unos momentos, dirigiéndola a la delgada luna y luego volvió a encontrar los ojos de la hembra.

—Si tú lo dices.

—Puede que se trate de un buen augurio, habernos encontrado bajo esta luz.

Le sostuvo la mirada, mientras apretaba fuertemente el mango de su daga. Corre, le decía su cabeza, sabedora del peligro que encerraban esas palabras, pero se sentía incapaz de romper el contacto visual. Mientras tanto, esa sensación de calidez volvía a expandirse a través de su cuerpo, tocando esta vez partes que ignoraba que aún poseyera, como su corazón, su alma.

Y como si esa mala idea no fuera suficiente, tenía a la cosa entre sus piernas gritándole qué sería exactamente un buen augurio. Inmediatamente, una imagen de Nessa levantándose y poniéndose de pie, dejando al descubierto todo su cuerpo, le vino a la mente. El impacto que le causó fue tal que podía jurar que había sentido el golpe en la parte posterior de su cabeza.

Rompiendo por fin el contacto con sus ojos, se puso de pie rápidamente y envainó su daga. Sacudiendo levemente la cabeza para alejar todo pensamiento de ella, levantó la vista al cielo, donde la luna ya estaba descendiendo.

—El amanecer está cerca, ¿te quedarás a freírte?

—No, gracias. Me gusta mi piel clara como es.

A él también le gustaba, le encantaba, y eso estaba mal.

—Bien, eh…

—Dejé mi ropa junto a ese arbusto —señaló a la orilla contraria—. Ya vengo.

Se levantó, dejando a la vista otra vez sus pequeños hombros y un poco más. Por más que intentó, no pudo apartar la vista ni evitar sentir calor. Ella pareció darse cuenta de eso. Se detuvo, se ruborizó y se giró.

—Por favor, no mires cuando salga —dijo suavemente, mientras comenzaba a avanzar.

Lo cual era una excelente idea. Se dio la vuelta y volvió a mirar a la luna, que estaba menguando, y no tenía más grosor que el de una uña.

Oyó el ruido del agua cuando ella salió completamente y después oro más suave, como el de hojas siendo movidas. Cinco minutos después, Nessa se aclaró la garganta. Miró sobre su hombro y la encontró a su espalda. Tenía puesta una camiseta sin mangas blanca que parecía sucia ante la pureza de su piel, y una amplia falda negra y roja que le llegaba a los tobillos. Sus pies estaban descalzos.

—Vamos —le dijo comenzando a avanzar.

Como siempre, ella se mantuvo a su altura. Se suponía que no debiera hacerlo, pero podía oír el suave sonido de sus pies rozando el césped y su respiración, un poco más rápida de lo normal, ya que debía andar algo ligero. Pensó que si pudiera escuchar esos sonidos durante el día, tal vez por fin consiguiera dormir en paz. Maldito fuera.

—¿Por qué…? —Comenzó a preguntar, pero se detuvo, suponiendo que la cura era peor que la enfermedad.

Nessa levantó la mirada como esperando que terminara de formular la pregunta, pero no lo hizo. Esperaba que no se lastimara los pies por ir descalza.

—Anda, Zsadist, pregúntame. No me molesta.

Y él que creía que era una hembra inteligente.

—¿Por qué te molestan tanto los callejones?

No había podido dejar de notarlo. Se estremecía cada vez que pisaba alguno, y una muesca de asco deformaba sus labios. Sabía que prefería perseguir a los lessers no solo porque disfrutaba el juego, sino porque no soportaba estar más tiempo del necesario en esos rincones oscuros de Caldwell, y se escabullía de ellos apenas terminaba su trabajo.

Nessa dudó al dar el siguiente paso, pero luego continuó con su andar firme. Su expresión se volvió completamente neutra.

—Dijiste que no te molestaba —ahora le urgía saber.

Ella le lanzó una mirada fulminante antes de volver a mirar al frente y borrar toda expresión de su cara.

—Antes… Antes estuve mucho tiempo en lugarejos como esos y… no era bueno. No lo era.

—¿Antes?

—Antes de mi transición.

—¿Por qué no era bueno?

Un olor sucio comenzó a emanar de ella. Tardó dos segundos en darse cuenta de que se trataba de vergüenza. Y dos segundos más en encadenar lo poco que ella le había dicho.

Se detuvo, asqueado e impresionado. No podía ser…

—¿Eras una pros…?

—¡Callate! —Le gritó interrumpiéndolo.

Su largo cabello caía hacia delante, ya que tenía la cabeza gacha, ocultándola de su vista. Se había detenido también y apretaba fuertemente sus puños.

—Nessa… —quizo decir.

—Por favor —levantó una mano con el dedo índice alzado—. Por favor. No lo digas. Sólo no lo digas.

¿Cómo podía explicarle? ¿Cómo podía decirle que no la juzgaba? ¿Cómo explicarle que, al contrario de lo que creía, la entendía?

—Yo… —intentó otra vez.

—¡Sólo no lo digas! —Volvió a gritar—. Yo… yo… ¡Tenía hambre! Tenía hambre, tenía frío, me lo ofrecieron y… Sólo quería comer. Yo, yo… Soy fuerte, soy muy fuerte, soy una gran guerrera. Sí puedo estar junto a mis hermanas, si puedo luchar junto a ellas. Me he limpiado, me he purificado, de veras, ¡de veras! No soy indigna, solo quería comer. Estaba sola y tenía hambre… Por favor…

Había comenzado a temblar violentamente, tanto que le sorprendía que aún pudiera mantenerse en pie. Un hilo de sangre caía de sus manos, que se había lastimado debido a la fuerte presión que ejercía con sus dedos.

Su dolor le dolía. No entendía por qué, ni que tenía esta guerrera, pero no podía negarlo. Le dolía terriblemente verla así. Pero no quería, no quería que ella le importara. Estaba mal, muy mal y él sabía el por qué mejor que nadie. Y ahora que sabía parte de su pasado, sabía que lo que menos merecía Nessa era algo como él.

Aún así, elevó su mano y con su dedo, colocándolo bajo su barbilla, elevó su mirada hacia la de él. Su estómago dio una sacudida cuando por fin la tocó. Silenciosas légrimas trazaban un surco por sus mejillas.

—Nessa, no te juzgo.

—Por favor, no me compadezcas, no puedo…

—No lo hago —la interrumpió—. Debes entender que entiendo tu necesidad y no podría juzgarte.

Rompiendo el contacto, ella miró hacia otro lado.

—Mientes —dijo con un gruñido. Había dejado de temblar.

—No podría. Mírame a lo ojos y dime si te estoy mintiendo.

Soltando una risa amarga le respondió sin mirarlo.

—Tus ojos están vacíos, Zsadist. No hay nada en ellos.

Bien eso era verdad y no tenía por qué dolerle, pero lo hacía. Maldita hembra.

—Mírame —esta era una orden en una voz baja y peligrosa.

Ella aún se resistía, pero cuando alargó de nuevo para tomarle el rostro, lo miró directamente a los ojos. La tristeza que dibujó su rasgo le llegó al corazón. Su cuerpo comenzó a temblar otra vez y esta vez, cuando comenzó a sollozar, se tapó la cara con las manos. Había visto la verdad en él.

—Nessa, no llores.

—¿Por qué? ¿Por qué no me juzgas? Todos lo hacen —dijo entre sollozos—. Y si no lo hacen se compadecen de mí, ¡y odio eso! Prefiero que me odien por lo que fui. Mis hermanas me compadecen. No soy digna de ser una guerrera, lo sé, pero no puedo aceptar que me admitan por lástima.

—Si tus hermanas te aceptan, estoy seguro que lo hacen por tu valía y porque te aman, no porque te tengan lástima.

—¿Y tú que sabes de amor? —Le espetó sin descubrirse el rostro.

Podía entender que estuviera mal, con miedo y atravesando una crisis, pero de ninguna manera podía seguir admitiendo que siguiera atacándolo sin razón, en especial, porque lo hacía con la verdad que él ya sabía y a pesar de todo, por salir de sus labios, le dolía como nunca le había dolido.

Se acercó a su pequeña figura y se irguió amenazador sobre ella.

—Puedo consentir lo que quieras, pero no permitiré que me ataques sólo por que tú te sientes desgraciada.

Nessa sólo siguió llorando un largo rato. Quería acercarse y calmarla, consolarla pero, ¿qué sabía de eso? Sus palabras le dolieron aún más y reprimió un gruñido de furia.

De a poco, ella comenzó a calmarse. Cuando su llanto casi había cesado, se limpió el rostro y lo miró.

—Lo siento —le dijo con voz forzada—. Yo… Tienes razón.

—Ya, da igual.

Se quedaron en silencio un minuto, sin mirarse y luego, sin consultarlo, ambos comenzaron a andar otra vez hacia la mansión.

Ambos tenían un caminar lento, suave. Miraban al frente, hacia los lados, el cielo, pero nunca cruzaban la mirada entre ellos.

Se detuvieron a cien metros de la mansión, aún protegidos por las sombras que cada vez eran más tenues.

—Créeme, no te juzgo ni te considero indigna. Eres una gran guerrera. Te repusiste de todo lo que te sucedió y probaste tu fuerza ante el mundo. Eres valiente —sentía que era necesario que ella lo supiera.

—Gracias. Yo… No quería hacerlo, Zsadist, no me gustaba. Pero… El hambre duele.

—Lo sé, Nessa. Buscaste sobrevivir y triunfaste en donde muchos no lo hicieron. Eres una guerrera, en todo sentido.

—Mis hermanas me lo han dicho también.

—Pero no les crees —así como él no le creía a Phury.

—No. Pero a ti sí.

No respondió a eso. No tenía una respuesta y aunque la tuviera, igual no lo habría hecho. No sería prudente. Simplemente, volvió a mirar hacia el cielo, otra vez.

—Ya es tarde. Vámonos.

Avanzaron unos cincuenta metros cuando ella le habló.

—Zsadist, yo… —ambos se detuvieron—. Quería agradecerte.

—No lo hagas, no hice nada.

—Bueno, yo creo que sí. Por eso te lo agradezco.

—Ya, bueno.

Nessa se acercó lentamente, con la mirada clavada en su pecho y alzó una mano. Lenta, muy lentamente, fue acercándola hasta posarla suavemente en su brazo.

La calidez de su mano se extendió desde allí hacia el resto de su cuerpo, haciéndole sentirse de una manera que jamás lo había hecho, haciéndole desearla más que nunca, pero no queriendo follarla, sino… sentirla cerca, para que lo aliviara, para aliviarla.

Agobiado por todos esos sentimientos, suavemente, se alejó un paso, separando su brazo de su mano.

Ella lo miró a los ojos y luego le regaló una débil sonrisa. Sabía que no la había despreciado, que sólo necesitaba un poco de espacio.

—Volvamos a la casa —le dijo con la voz ronca.

Siguieron caminando hasta que entraron, con el sol ya amenazándolos con sus primeros rayos. Después, sin una palabra más, pero con la cabeza llena de cosas, cada uno se dirigió hacia su habitación, no sin antes compartir una última mirada antes de tomar caminos contrarios.

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